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Verá usted, llevo ya bastante tiempo «celebrando»
eso que hemos dado en llamar «el día sin coches»
con un artículo anual sobre el «complejo carreteras-asfalto-automóviles-combustibles»,
y cada vez digo lo mismo: sigue disfrutando del favor popular, y goza de una salud excelente.
Por razones que no hacen al caso, he visitado hace poco Vizcaya y Guipúzcoa,
y se me ha ocurrido que podría ser buena idea promover un «día sin autopistas».
La vía de peaje Bilbao-Behobia, inaugurada en 1976, ha cambiado radicalmente la percepción de las distancias. Antes se daban en leguas y en kilómetros. M. M. P. compuso un «Cuadro de distancias entre todas las capitales de provincia de España en leguas comunes de 20.000 pies y kilómetros», y el editor Luis Tasso lo publicó en Barcelona, en 1866.
Ahora, las distancias se dan en minutos, y los mapas mentales que manejan los automovilistas son muy diferentes. Los puntos que «comunican» las autopistas están «cerca», y los demás están «lejos». Buena parte del país se ha convertido en un solo «dominio urbano ilocal». En realidad, eso es sólo el conjunto de los «no-lugares» creados «ex novo» por el estúpido modelo de movilidad al uso. Por ejemplo, hay por ahí unos «centros comerciales» que sólo son accesibles por carretera. Ya ve usted que estamos en las antípodas del sentido común, que nos aconseja reducir al mínimo los desplazamientos forzosos y limitar el consumo de combustibles fósiles.
Naturalmente, esta explosión cancerosa del asfalto no ha sido el primer gran cambio histórico del modelo de movilidad. Desde 1863, una red nueva de ferrocarriles vertebró la práctica totalidad de los valles del País Vasco. Algunas líneas, las menos, eran de vía ancha. Y la mayor parte, desde 1882, fueron de vía métrica. La oferta de viajes en tren ya modificó, y mucho, la percepción de las distancias. En 1926, los ingenieros de Caminos ya habían descubierto que las distancias son virtuales. Pedro José Lucía Ordóñez escribió un documentado artículo técnico titulado “Las longitudes virtuales de los ferrocarriles con tracción a vapor y de los ferrocarriles con tracción eléctrica”, publicado en la Revista de Obras Públicas. Le ruego que lo lea y, si lo entiende, que me lo explique.
1926 es un año importante: el 22 de febrero fue inaugurado el Ferrocarril del Urola, una combinación deslumbrante de la mejor ingeniería y la mejor tecnología de la época, que se hizo sin tener muy en cuenta los hechos opacos de la economía. También fue el «canto del cisne» de los caminos de hierro, que perdieron todas las batallas contra los caminos ordinarios gracias a lo que nos dejó tan bien dicho Agustín García Calvo en un artículo titulado «Novedad, el Estado ayuda al automóvil».
Un siglo más tarde, ya veremos qué da de sí la «Y Vasca». Otro día, si usted quiere, podríamos ver si es algo más que la aplicación de la filosofía de las autopistas a los ferrocarriles: comunicar las aglomeraciones urbanas existentes, reforzando una distribución de las viviendas que no tiene por qué ser la más sostenible a medio y largo plazo. Para eso conviene analizar la percepción extrasensorial de las distancias y, ya que estamos en Euskadi, estudiar la Historia -con mayúscula- del transporte mágico. Mejor dicho, de los medios de locomoción que usaban las «sorginak».
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