El túnel de Sant Rafel en obras

17 de diciembre de 2006

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Ultima Hora, 8 de mayo de 2007

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Ya sabe usted que en Eivissa hay pocas industrias.

Casi todo se trae de fuera en camiones que llegan en barco.

La logística moderna tiende a la simplicidad,

pero siempre hay mercancías que no compensa

almacenar en todas partes porque se venden poco.

Veamos un ejemplo.

Usted y yo estamos haciendo una conducción de aguas pluviales bajo alguna de las grandes avenidas de Vila. Como es natural, hemos planificado la obra para reducir al mínimo las inevitables molestias a los vecinos y a los usuarios de las vías públicas. Hemos hecho una relación completa y exacta del material que necesitaremos. Para una de las curvas nos hará falta un codo azul, un elemento con refuerzos especiales que no está disponible en ninguno de los almacenes de aquí. Por lo tanto, pedimos uno a un proveedor de Zaragoza. En principio, debe estar en Eivissa en unos cinco días.

A partir de aquí, puede pasar cualquier cosa. El proveedor se ha quedado sin «stock», ha pedido más a la fábrica, y nos lo enviará cuando le lleguen. Mientras tanto, nosotros hemos empezado a excavar la zanja. El tráfico está cortado, y los peatones nos miran con esa cara de resignación que pone la gente cuando ve que empieza una obra y no hay forma de saber cuándo se acabará.

Pasan los días y el codo azul no llega. Llamamos a Zaragoza y nos dan la fecha del envío por transporte urgente y el número de expedición. En la agencia nos dicen que el camión que traía nuestro paquetito se ha incendiado en el puerto de Barcelona. Nos indemnizarán por el valor declarado, y en su defecto con unos poquitos euros por kilo de peso bruto, y listo.

Empezamos de nuevo el trámite para obtener la pieza. Mientras tanto, la calle sigue cortada. Cada vez es más fuerte la tentación de hacer algún «bricolaje» y terminar la obra en el plazo convenido. Con eso nos ahorramos la penalización. Nuestro «apaño» quedará enterrado ahí, indetectable, hasta que una sobrepresión lo reviente. Ese infausto día, nosotros mismos abriremos otra vez la zanja, instalaremos el codo azul, si lo tenemos, y si no… ya ve usted que cuando sólo se trata de hacer lo necesario para que resulte lo conveniente, lo único que está garantizado es… lo acertó usted, la chapuza.

Sobre el papel, el túnel de Sant Rafel era un codo azul, una pieza reforzada para resolver una necesidad específica. La idea original era que el extremo que da a Vila estuviera a la altura del cuartel de los bomberos. Con eso, los habituales atascos para entrar y salir de las «megadiscos» seguirían formándose en la superficie, pero los automóviles que van y vienen entre Vila y Sant Antoni podrían pasar por debajo. Esta nimiedad se resuelve a un precio exorbitante. Cuando se dispara con pólvora del Rey suelen pasar esas cosas.

Como aquí nadie había visto nunca la necesidad de hacer un túnel semejante, hubo que traer de fuera los materiales, y también la maquinaria, los técnicos, los obreros… vaya, el equipo completo de una empresa especializada. Como es natural, no es ni fácil ni barato. Piense usted un minuto en todo lo que hay que hacer para moldear los elementos prefabricados, llevarlos a su lugar, subirlos a unos cuantos metros de altura y ajustarlos con suficiente precisión. Y esto es sólo una pequeña parte de uno de los mil problemas que plantea la obra. El inexorable transcurso del tiempo nos dará la medida exacta de la calidad de las soluciones.

De momento, uno de los «codos azules» más visibles, la «lanzadera» de Jesús, ya ha empezado a arrugarse. Espero, por el bien de todos, que la cosa tenga tan poca importancia como dicen que tienen las grietas de Ca’n Ventosa. Después de haber visto caer el Institut Santa Maria, Ca’n Ballet y el edificio Ibosim, que no caen demasiado lejos, me invade una comprensible inquietud. Hacer las cosas con prisas suele ser incompatible con hacerlas bien.

Volviendo a la vialidad, me pregunto cuántos prodigios más irán apareciendo en este conjunto de «soluciones» que un conocido ingeniero de caminos definió como un catálogo de todas las malas mañas para hacer carreteras o, más concisamente, como «esta mierda de obras».

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