Por Juan Manuel Grijalvo|2017-07-31T04:45:56+02:00julio 26th, 2015|
Poco o nada tan quieto como nuestra aparente movilidad. Poco o nada tan insostenible como nuestro modelo de transporte. Poco o nada tan ineficiente como un motor de automóvil. Poco o nada tan contaminante como el sector del transporte. Poco o nada tan torpe y hasta lento como la sacralización de la velocidad, constantemente empantanada en el brusco frenazo que supone querer aumentarla. Es más, frente al mito de que, para el desarrollo, dependemos de que todas las cifras relacionadas con el transporte sigan incrementándose, considerar que tal valoración no puede ir ni un milímetro separada de la eficacia, la eficiencia, la descontaminación y por supuesto la recuperación, para los bandos de la vida, del espacio y del tiempo. No es sólo una evocación literaria, sino una realidad ecológica que comienza a ser estudiada por los departamentos universitarios. Nos referimos al hecho de considerar que los paisajes han sido encarcelados por nuestra red viaria. O que, cada día, el mismo aire es más de la condición de la piedra. Es decir, que inmovilizamos a lo más móvil que existe precisamente en nombre de una sacrosanta y defraudadora movilidad terrestre.
[…]