Ted Nasmith

A Conversation with Smaug

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Ultima Hora,  FDS,  6 y 13 de septiembre de 2002

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«El Hobbit» ha tenido un destino curioso. Si Tolkien no hubiera escrito nada más, sería un gran clásico de la literatura infantil y juvenil, que le dio fama y dinero desde la primera edición. Ahora se lo ve como una especie de prólogo de «El Señor de los Anillos». Es una lástima, porque es un libro entero y acabado. Se puede leer con gusto y provecho, y no necesita del «Señor» para nada. Lo contrario no es cierto: para entender el «Señor», no puede haber mejor prefacio que «El Hobbit». Por eso no me canso de repetirle que lo lea usted antes.

Empieza con una frase que ya se ha hecho popular: «In a hole in the ground there lived a Hobbit». En un hoyo en el suelo vivía un Hobbit. Según Tolkien, todo creció, como un roble nace de una bellota, a partir de estas diez palabras, garabateadas al dorso de una hoja de examen un día cualquiera. Bien pudo ser así, pero una semilla necesita tierra fértil para convertirse en un árbol. La imaginación poderosísima de Tolkien fue el substrato nutritivo que nos dio estas obras monumentales.

El protagonista de la aventura es Bilbo Baggins, un Hobbit de la Comarca. ¿Y qué es un Hobbit? Pues verá usted, Tolkien nos dice que «son (o eran) una gente pequeña, aproximadamente la mitad de altos que nosotros, y más pequeños que los Enanos barbados. Los Hobbits no tienen barba. Hay muy poca o ninguna magia entre ellos, excepto esa clase cotidiana que les ayuda a desaparecer rápida y silenciosamente cuando gente grande y estúpida como usted y como yo llegamos metiendo ruido como elefantes, que pueden oír a una milla. Tienden a estar gordos en el estómago; se visten de colores vivos (mayormente verde y amarillo); no usan zapatos, porque sus pies tienen la planta muy gruesa y dura y están cubiertos de una pelambre castaña, espesa y abrigada, como la que tienen sobre la cabeza (que es rizada); tienen los dedos oscuros, largos y ágiles, caras simpáticas, y se ríen frutal y profundamente (especialmente después de cenar, cosa que hacen dos veces al día siempre que pueden). Con esto ya tiene usted bastante, por ahora».

Bilbo conoce a Gandalf, un mago famoso por sus fuegos artificiales. Que, a su vez, es amigo de unos Enanos que se ganan la vida trabajando como herreros. Pero son los supervivientes de un reino que fue, digamos, invadido por un dragón que se apropió su inmenso tesoro. Han decidido intentar recuperarlo.

De manera que Gandalf los invita a tomar el té en casa de Bilbo. Como él no lo sabe, es el primer sorprendido cuando empiezan a llegar a su casa trece Enanos, trece. Tras vaciarle concienzudamente la despensa, cantan un buen rato. Por fin, Gandalf nos informa a usted, a mí y a Bilbo de que ha pensado en él para formar parte del grupo de asalto que entrará en la guarida del dragón, en calidad de experto en infiltraciones silenciosas. Vamos, lo que aquí se conoce técnicamente como «palquista».

Bilbo no responde al prototipo del profesional del robo. Como dice Glóin, uno de los Enanos, «He looks more like a grocer than a burglar!», parece más un tendero que un ladrón. Bilbo lo oye desde la cocina, y el remoto descendiente de Bullroarer Took, el más grande de los guerreros Hobbit, gana el debate interno contra su lado Baggins: decide unirse a la expedición.

Los Enanos redactan un contrato para Bilbo. Fija su parte en los eventuales beneficios: un catorceavo. Ellos se hacen cargo de los gastos de viaje. Y «funeral expenses to be defrayed by us or our representatives, if occasion arises and the matter is not otherwise arranged for»: los gastos de entierro serán sufragados por nosotros o por nuestros representantes, si se da el caso y si la cuestión no se resuelve de otro modo… El libro tiene bastantes toques de este humor negro, claramente adulto.

Al día siguiente, Bilbo parte con los Enanos, sin meterse un pañuelo en el bolsillo y sin despedirse de nadie. La aventura ya está en marcha. Tendremos nuestros primeros encuentros con Trolls, Elfos, Orcos, más Elfos, y otras gentes y bestias que me callo para no chafarle el libro. Y con Hombres también, pero son de unas razas que no tienen mucho que ver con nosotros… Ya se dará usted cuenta. Y más aún cuando lea «El Señor de los Anillos».

El libro es apto para niños, sin ser en ningún momento infantil. Esto se consigue por un eficaz mecanismo de identificación: el lector lo ve todo desde el punto de vista de Bilbo, que tiene unos noventa centímetros de estatura. Jamás ha salido de la Comarca. Por eso hace falta explicarle todo lo que se va encontrando por el camino. Bilbo crece en el desarrollo de la aventura, según el esquema tradicional del cuento iniciático, y… hasta aquí puedo leer.

Si el libro le ha gustado, dígamelo.

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