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Verá usted, hace muchos años que alguien tuvo la idea, peregrina en todos los sentidos del término, de celebrar un «Día sin coches». Bien pronto, fue desnaturalizado en una «Semana de la Movilidad Sostenible y Segura». Es una forma excelente de montar paripés diversos, para que creamos que «nuestras» dignísimas autoridades hacen algo para resolver unos problemas que son consustanciales al estúpido modelo de movilidad al uso, que nadie se plantea cambiar.

La última novedad es que los poncios de turno creen, o hacen como que se creen, que «la gente» dejará de usar sus preciosísimos y queridísimos automóviles privados si el Superior Gobierno les da pases de favor para viajar gratis en los medios del transporte público. Al parecer, quieren seguir aplicando a los problemas de la movilidad unas «soluciones» que son parte del mismo «recetario» que las demás: todo se arregla con subvenciones públicas. ¿Que sube la gasolina? Unos céntimos de subvención, y yattá. Seguimos instalados en la dinámica del «todo es gratis»: las vacunas, los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo por Fuerza Mayor, los confinamientos, el teletrabajo… todo eso.

Y lo «financiamos» con emisiones de deuda pública que «compra» el Banco Central Europeo a cambio de unos «títulos de valor» que serían, si quienes los firman fueran particulares, el equivalente exacto de cheques sin fondos. Todo va bien hasta que alguien pretende cobrar alguno de esos cheques. Antes, los billetes de banco estaban respaldados con dinero de verdad, contante y sonante: aquello de que «El Banco de España pagará cien pesetas al portador» se entendía como que uno iba a una oficina del Banco y le daban veinte duros de plata a cambio del papel. Ahora, usted va a ver qué le dan por el papel y le dan otro papel. El caso es que usted y yo sabemos que nada es gratis.

La base del estúpido modelo de movilidad al uso es el modo de producción capitalista. Otro día, si usted quiere, podríamos estudiar las implicaciones del dato en el contexto de una «proxy war» que está desbaratando los intercambios desiguales que nos habían servido para mantener todos los fantabulosos privilegios de «Europa» contra el resto del mundo. Hoy acabo este ejercicio con mi pregunta habitual: ¿qué habrá pasado dentro de diez años, en Europa -sin comillas- y en el resto del mundo, si seguimos haciendo lo mismo que estamos haciendo ahora mismo?

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