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Julio de 2009

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El Puerto de Santa María,

un caluroso día del mes

de julio de hace unos años.

Cuatro y media de la tarde…

–¿Por qué no te acercas a Carrefour y traes unos yogures para que merienden las niñas? Esta mañana se me olvidó cogerlos cuando hice la compra –es Nely, mi mujer, quien me sugiere tan entretenido plan sacándome del profundo sopor en el que me encuentro inmerso como consecuencia de mi habitual madrugón mañanero.

–Yogures para las niñas, yogures para las niñas… ¡que merienden un plátano! –murmuro entre dientes al tiempo de removerme en el sillón.

Al tercer aviso, el segundo lo escuché hará una media hora tan apagado y lejano que no generó en mí respuesta alguna, brinco de mi acomodo cuando vislumbro a la madre de mis hijas blandiendo con ardor una escoba de palma de regular tamaño. Algún minuto más tarde meto la cabeza debajo del grifo del lavabo a fin de despejarme…

–¿De qué traigo los yogures? –inquiero desde la puerta de casa contestándome mi hija Amaya que de lo que sea tras no ponerse de acuerdo con la pequeña Begoña en cuanto a la naturaleza del producto.

–Como todos son lo mismo los traes iguales y así no hay discusión –zanja Nely la disputa entre las niñas aproximándose amenazadoramente hacia mí con la escoba en ristre.

Una vez debidamente estacionado el vehículo en el amplio aparcamiento subterráneo del multitudinario centro comercial, introduzco una moneda de medio euro en la rajita del carro a fin de poderme hacer con sus servicios. Desunido de su predecesor tomo la precaución de enrollar, sobre la barra asidero, la corta cadenita que termina en el pinganillo contactador a fin de que éste, con el vaivén del propio carrito una vez puesto en movimiento, no alcance mis partes.

–Aprovecharé para comprar un trozo de queso curado y merendar yo –pienso al tiempo de poner los pies en la escalera mecánica sentido ascendente.

Un estridente chirrido me saca de mis pensamientos. Por el otro carril, y en dirección contraria, un carrito abarrotado de mercancías, que ha debido de perder los frenos, arrastra a una robusta corteta pese a sus desesperados esfuerzos por detener el citado vehículo. A remolque del rechoncho brazo de la maciza un larguirucho sesentón de ensortijadas patillas y gorrita a cuadros, vuela con los ojos desorbitados en la misma dirección.

–¡Estos sí que van con prisa! –exclamo en voz alta mientras que, instintivamente, me desplazo a la derecha de mi carril. Instantes después golpea con estrépito la máquina del convoy, léase carrito, contra la pared, haciéndolo a continuación el tándem y el primer vagón, gorda y abuelo, tras habérseles terminado a todos la vía.

Con la cabeza girada observo las consecuencias del descarrilamiento. Volcado el carro se extiende por el suelo la mayor parte de su contenido; la bombona del aceite, el paquetón de rollos para el retrete, los dos kilos de alitas de pollo, el juego de escoba y recogedor de plástico, los pimientos de asar, los de freir, el suavizante del osito, el tarro de champú al huevo, los congelados a granel, la sandía…, además de la gorda y el abuelo, quien ha perdido su gorrita de cuadros tocándose ahora la cabeza con una porción de queso fresco.

Una vez comprobado que los accidentados se encuentran fuera de peligro y que están siendo atendidos por personal del propio establecimiento, franqueo con mi carro los batientes que permiten el acceso al amplísimo almacén dirigiéndome hacia su interior.

Vuelvo a la realidad centrándome en el motivo de mi presencia allí, que no es otro que el de comprar unos yogures, amén del trozo de queso, dirigiéndome a la zona de lácteos. Instantes después alcanzo el expositor. El largo expositor de la derecha, ya que enfrente hay otro de iguales características que, como aquél, parece no tener fin. Una interminable alineación de pequeños cubiletes de colores, agrupados de cuatro en cuatro o de ocho en ocho, abarrotan las cinco repisas de que consta cada vitrina de aquellas.

–Pues es una suerte que los quieran iguales, además, si todos los envases contienen lo mismo… –digo para mí sonriendo al tiempo de aproximarme a los que tengo más a mano. Cogeré dos paquetes de ocho –pienso mientras recorro con la mirada los cientos de mojoncitos que aguardan con indolencia la llegada de sus adquisidores…

–Yogurt con frutas –leo en el envoltorio a la altura de la marca comercial, yogurt con frutas trituradas –declara contener el bultito contiguo.

–¡Vaya, no son iguales!… a ver si este de al lado… yogurt con trozos de frutas, ¡pues hombre, tampoco… veré el siguiente… yogurt con sabor a frutas… ¡Cagüen…!

Una sonrisa de satisfacción aparece en mi rostro cuando en la balda inferior descubro, justo debajo del primer paquete que intenté coger, otro que dice contener igualmente yogurt con frutas.

–¡Ya está! ¡Ya está! –exclamo gozoso mirando con suficiencia a una desgarbada larguirucha que pasa a mi lado empujando su chirriante carrito, cuyo único contenido es una pecosa chiquilla abrazada a su correspondiente osito de peluche.

–¡Caramba! –profiero consternado una vez se pierde la desgalichada por el fondo del pasillo, –efectivamente es yogurt con frutas… pero desnatado.

Recorro de principio a fin el entrepaño del expositor descubriendo yogures con frutas trituradas, con trozos de frutas y con sabor a frutas, pero todos ellos desnatados. ¿Será posible que no haya dos puñeteros paquetes iguales?

Desciendo un piso con la mirada observando que el tamaño de los mojoncitos ha menguado y que un batallón de pequeños cilindros de todos los colores del arco iris descansa quietecito enarbolando la bandera de los petits suisses.

Otro nivel más abajo la estantería correspondiente soporta una serie de envases plásticos, algunos con capota de celofán incluida, que dicen contener natillas con canela, cuajada, arroz con leche, fresas con nata, mousse de chocolate, leche condensada, trufa al caramelo, crema catalana y hasta praliné de toffee con leche suiza.

Comienzo a impacientarme. Aunque no sé con exactitud el tiempo que llevo parado frente al expositor de lácteos, pienso que bastante en el momento en que pasa junto a mí la desgarbada larguirucha, con la cara de la pecosilla asomando por su abarrotado carrro.

Visiblemente contrariado decido comprar yogures naturales; destacan sobre los demás por sus blancos envases, y que se apañen las niñas.

Una vez separado convenientemente del expositor, al objeto de ampliar mi perspectiva, descubro unos metros más allá un grupo de nacarados estuches dirigiéndome hacia ellos de inmediato.

–Yogurt natural, natural edulcorado, natural azucarado, desnatado natural, desnatado edulcorado, desnatado azucarado…¡la madre que me pa… rece que las niñas se meriendan el plátano!

Doy la espalda al expositor dejándome caer sobre el manillar de mi desolado carro procediendo de inmediato a recapitular. Tras emplear unos segundos en analizar la situación levanto los ojos tropezando con el mostrador de enfrente. Seis baldas, seis, largas como la esperanza de un pobre, sostienen docenas y docenas de envases agrupados en paquetes de cuatro.

–¡Compraré cuatro de cuatro! –salto alborozado, estando a punto de arrollar a una venerable anciana, que huye despavorida una vez recobrado el equilibrio.

–El yogurt griego, –comienzo a leer–, la crema del yogurt, la mousse del yogurt… la madre que parió al yo… pero, ¿no eran todos iguales?

A punto de estallar, y tras colocarme las gafas de cerca, comienzo a repasar de cabo a rabo la dichosa estantería…

Bio de Danone con fibras Essensis, Natur Activa de Asturiana con L. Acidophilus, Bio Calcio de Nestlé con Biffidus Lactis, Kaiku Actif de Kaiku con fermento LGG…

Siento que me tiemblan las piernas. Noto cómo me tambaleo apoyándome en el expositor para no caer al suelo. Comienzo a caminar hacia la salida con paso inseguro mirando de reojo la mercancía exhibida…

Bio de Asturiana con Bífido Activo, Actimel de Danone con L. Casei Imunitass, Sanus de Carrefour con Bifido Bacterium Lactis, Bio de Danone con Bifidus Activo Essensiss…

Más mareado que un trompo llego a la zona de cajas tratando de encontrar la puerta que permite la salida sin compra atravesándola a continuación con mi desocupado carrito. No he alcanzado todavía el pasillo cuando caigo al suelo desplomado tras escuchar a mis espaldas la afable voz de una señorita que me susurra con delicadeza: ¿ha probado ya usted el nuevo Bio de Nestlé con Lactobacillus LC 1 y Biffidus Arvensis?

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