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No sabemos a ciencia cierta quién fue el primero en emplear el referido vocablo para denominar la prominencia que aparece, unos dicen que caprichosamente, a nivel de la porción interna de la cabeza del primer metatarsiano, pero desde luego ya podría habérsele ocurrido al desconocido autor algo que no sonara tanto a pitorreo. Y es que, ciertamente, el nombrecito de marras predispone a la burla del que padece la citada deformación.
–Tiene usted unos juanetes de campeonato, doña Mercedes –exclama el serio traumatólogo a punto de estallar en una sonora carcajada tras mandar descalzarse a la paciente y ante la cómplice sonrisa de la enfermera de turno.
–Pues me disculparán ustedes, pero me está tirando tales bocados el dichoso juanete que no voy a tener más remedio que quitarme el zapato –advierte don Senén, provocando la hilaridad del resto de asistentes a la reunión.
Porque existen trastornos o malformaciones que no gozan de la misma seriedad unas que otras, lo que lleva en unos casos al sufridor a evitar hablar del motivo de su dolencia, procurando ocultarla. Operarse de juanetes o hemorroides no es lo mismo que hacerlo del apéndice o la garganta. Algo parecido a lo que ocurre con el ciego y el sordo; mientras compadecemos al primero, nos morimos de la risa al tener que andar a gritos junto al oído del segundo.
Y es que el Hallux Valgus, nombre científico con el que la medicina ha bautizado al muñón de marras y que en lenguaje más coloquial define como la desviación de la articulación metatarsofalángica, está a la orden del día. Y aunque somos conscientes de que no podemos ir por ahí diciendo que somos poseedores de alguno de estos Hallux Valgus, pues nadie nos entendería, sí me parecería oportuno que nos refiriésemos al impresentable tocón con un nombre menos cómico que el que en realidad se emplea.
Decir juanete, queramos o no, es opositar con descaro a provocar la risa, muy a pesar de la maldita gracia que pueda hacerle a quien lo sobrelleva.
–Y siendo así, ¿cómo es que la gente no se los quita a las primeras de cambio? –se preguntará extrañado el personal, dado el deterioro tanto físico como moral que supone ser propietario de alguno de estos buniones.
Pues sencillamente porque, al parecer, la cirugía no contempla otra intervención que no sea a base de los rudimentarios martillo y formón, con lo que la gran mayoría de los afectados dicen que se opere su tía, mientras aguardan al novedoso e indoloro rayo láser.
O al menos eso es lo que contesto yo cuando alguien me pregunta que cuándo me quito el mío.
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