<<<

Agosto de 2009

<<<

Un hecho simpar, por lo inhabitual,

ocurrido en la tarde de ayer hizo

que a punto estuviéramos de sufrir,

la madre de mis hijas y quien esto

suscribe, un serio contratiempo…

Resulta que, una vez medio espabilado de mi dejado caer vespertino frente al televisor, y en tanto presenciaba unas escenas de no sé qué novela, en las que la dueña del cabarete cogía un melocotón de campeonato a cuenta de que su amado iba a casarse con otra periquita, recibí instrucciones de la jefa de la casa en el sentido de que debíamos de acercarnos al super a fin de adquirir ciertas viandas con vistas al inmediato regreso a casa de nuestra hija pequeña, previsto para el próximo fin de semana.

La tarde, aun cuando meteorológicamente hablando no era propicia para ejercitar salida alguna, no contemplaba ningún otro quehacer, por lo que decidí cambiarme de ropa y acompañar a mi mujer al supermercado de marras. Minutos más tarde aparcábamos en el subterráneo de la gran superficie…

Una vez provistos de carro, tras introducir la correspondiente moneda en la ranurita, ascendimos por la escalera mecánica hasta darnos de bruces con la entrada al recinto comercial propiamente dicho.

–Hay que comprar pilas para las niñas –dice mi acompañante al tiempo que tira de la parte derecha del carrito desviándose éste hacia el lado contrario de donde se encuentran los comestibles.

–¿Para las niñas o para las radios de las niñas? –inquiero preocupado ante la posibilidad de que se hayan quedado aquellas sin sesera.

Más tranquilo al quedar enterado de que unas son para un determinado electrodoméstico denominado quitapelusas para los jerseys y otras para el mando a distancia de la tele de la hija mayor, continúo en la dirección que, decididamente, marca la señora de la casa.

–¡Mira, los tendederos! –grita alborozada, como si hubiera descubierto a un pariente rico que viene a hacernos partícipes de su herencia.

Tras explicarme que tiene que sustituir los tres de casa, ya que el óxido le mancha la colada, comienza a hurgar en una pila de armatostes metálicos envueltos en plásticos transparentes.

–¡Anda, si los tienen de resina! –exclama ahora con desbordada alegría, mirando a la derecha de la estantería.

Una vez comprobado que los metálicos cuestan 7,40 euros cada uno y los de pasta 21,90, y enterado de que aquellos tienen una vida mínima de dos años y medio decidimos, de común acuerdo, comprar tres de los baratos.

–Cogeré estos tres que están flejados en un paquete –digo apartando unos cuantos que se encuentran sueltos por delante. Ayúdame a subirlos en el carro –son mis últimas palabras antes de abandonar la sección de artilugios varios y encaminarnos hacia la zona de comestibles.

Después de rellenar con provisión de boca los escasos espacios que nos dejan libres los voluminosos tendederos dentro del carro, accedemos a la caja, en donde vaciamos sobre la cinta todas las viandas, dejando únicamente sobre el vehículo la aparatosa estructura metálica.

–Gire el paquete para que le vea el código –dice la cajera iniciando yo un movimiento con el atado similar al que hacen las madres para ver si está cagado el chiquillo.

Una vez comprobado el indicativo de la mercancía aparece en su pantallita el precio del artículo.

–Siete cuarenta, ¡caramba, qué barato! –exclama la empleada antes de preguntar -¿Y cuántos lleva dentro?

–Tres –respondo de inmediato.

Tras abonar la compra, un total de cuarenta y dos euros, y separarnos unos metros de la caja, observamos en el ticket que únicamente han facturado un tendedero en lugar de los tres que contiene el paquete.

–¡Corramos! –digo a media voz, al tiempo que empujo con fuerza el carro.

El amplio pasillo que conduce a las escaleras mecánicas se nos hace largo y penoso, recorriéndolo aceleradamente con la incertidumbre de si sonará el altavoz alertando al guarda de seguridad para que detenga al carro de los tendederos.

Algún minuto más tarde, respiramos aliviados cuando abandonamos el parking con los paquetes en el maletero y los tres tendederos sobre el asiento trasero del coche.

>>>