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Vista de la primitiva estación de Logroño,
diseñada por el ingeniero británico Charles Vignoles.
Fotografía de Juan Bautista Cabrera
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Una de las características más singulares
del ferrocarril español,
en comparación con sus hermanos europeos,
es el gran número de soterramientos
y desvíos de trazado
realizados en los últimos cincuenta años
con el fin de «liberar» el espacio urbano de ciudades y pueblos de la «opresión» del cinturón de hierro que conforman, en el imaginario colectivo, las vías del tren. Burgos, Elche, Durango, Sabadell, Villaverde, Palma de Mallorca o Castellón son parte de una larga lista que, según parece, pronto se verá incrementada con otras muchas otras ciudades, salvo si la crisis económica y el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, no lo impide.
La estación de Logroño es, sin duda, uno de los ejemplos más paradigmáticos de esta singular afición española por ocultar el tren. La capital riojana cuenta, desde 1863, con una vía férrea, la establecida por la Compañía del ferrocarril de Tudela a Bilbao. La traza ferroviaria se estableció al Sur del histórico casco urbano de la ciudad, cuyo crecimiento por el Norte estaba limitado por el cauce del río Ebro. La estación se estableció muy cerca de la plaza del Espolón, centro de la vida social y económica de Logroño.
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2012/05/
las-estaciones-de-logrono-una-historia
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