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Les traduzco al español un correo
(con el que me topé haciendo un trabajo)
que el disidente soviético
y premio Nobel de literatura
Alexánder Solzhenitsyn
le envió el 30 de agosto de 1991
al entonces recién elegido
presidente de Rusia, Boris Yeltsin:
«Ahora se encuentra usted
en la vorágine de los acontecimientos
y decisiones inaplazables,
y todo a la vez importa.
Pero precisamente por eso
me atrevo a abordarlo con esta carta,
porque existen decisiones
que después no se podrán corregir.
Afortunadamente,
mientras escribía estas líneas
usted ya dio a conocer que Rusia
se reserva el derecho a revisar las fronteras
con algunas de las repúblicas que se separan.
Resultan especialmente espinosos los casos
de las fronteras de Ucrania y Kazajistán,
que los bolcheviques trocearon a su antojo.
El vasto sur de la actual
República Soviética de Ucrania (Novorossiya)
y muchos sitios de la ribera izquierda [del río Dniéper]
nunca pertenecieron a la parte histórica de Ucrania,
sin mencionar el salvaje capricho de Jruschóv
con Crimea.
Y si en Leópolis y Kiev
por fin derriban los monumentos a Lenin,
¿por qué entonces se aferran,
como si fueran sagradas,
a las falsas fronteras de Lenin,
trazadas después de la guerra civil
por razones tácticas de aquel momento?
Lo mismo con Siberia del Sur
y con los cosacos de Ural y Siberia
que por sus sublevaciones de 1921
y por su oposición a los bolcheviques
respectivamente,
fueron arrancadas de Rusia
y entregadas a Kazajistán».
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No es un correo cualquiera,
este es el fundamento
de la política actual rusa
con respecto a Ucrania.
Esto para los que dicen no sé qué
del supuesto plan de Putin
de restaurar la Unión Soviética.
Uno de los principales ideólogos
de lo que está sucediendo ahora
ha sido el premio Nobel de literatura,
disidente soviético anticomunista.
Símbolo de aquella nueva Rusia
que tanto gustaba a Occidente.
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