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Verá usted,
una de mis «piedras de toque»
para analizar los problemas es que
la capacidad de gestión
de los técnicos y de los políticos
se puede determinar empíricamente.
Aunque sea difícil de medir objetivamente,
sabemos compararla:
cada año decidimos sin grandes dificultades que
tal o cual administrador de fincas es más eficaz que tal o cual otro.
Deberíamos seguir procesos mentales parecidos para ver
qué andan haciendo los y las que manejan la cosa pública.
Llevamos dos años, desde que empezó la «crisis sanitaria», viendo cómo capean el temporal las numerosas autoridades competentes. Por ejemplo, el día 23 de Diciembre de 2021 el Superior Gobierno acordó que la mascarilla vuelva a ser obligatoria en exteriores. Antes hubo una Conferencia de presidentes, que concluyó con el objetivo claro de acelerar la vacunación a toda la población. A juicio de la ministra de Sanidad, España puede alcanzar estos objetivos porque cuenta con la fortaleza del Sistema Nacional de Salud, con el compromiso del Gobierno, de las comunidades y ciudades autónomas y con el comportamiento ejemplar de los ciudadanos que han llevado a nuestro país a ser referente internacional por las altas tasas de vacunación. Fin de la cita.
Bueno… Al parecer, lo que ha dado de sí la suma de las capacidades de gestión de la Monarquía Constitucional, del Poder Ejecutivo, del Estado de las Autonomías, etcétera, es que sólo se han puesto de acuerdo en la necesidad de que todos los ciudadanos y las ciudadanas vuelvan a salir a la calle con los benditos chufos, para protegerse de los contagios que propagan todos los ciudadanos y las ciudadanas, aunque estén vacunados tres o cuatro veces. Para este viaje no hacían falta alforjas. A mí me parece evidente que en la gestión de este asunto debería pesar mucho lo que digan los científicos, y muy poco la opinión de los profanos. A efectos prácticos, todos los políticos son profanos.
Hablando de otra cosa que no tiene absolutamente nada que ver, en este país, y en otros tiempos, lo normal era transportar el vino en odres, el trigo en costales, etcétera. Eso era así porque no había camiones ni trenes, y mucho menos aviones. Odres, costales, etcétera, iban sobre los lomos de unas acémilas, organizadas en recuas. Las manejaban los arrieros. No se puede subestimar la importancia del arriero en la correcta gestión de la recua. Si es competente, sabrá cuánto puede exigir a cada bestia, cómo repartir la carga entre ellas, cómo hablarles, por dónde ir, el peso adecuado de las albardas, etcétera. Como nos dejó dicho el «Che» Guevara, «Recuérdese que, en marcha, la velocidad de la guerrilla es igual a la velocidad de su hombre más lento». Por la misma regla de tres, una recua se moverá al paso de la bestia más lenta.
Mutatis mutandis, la gestión de cualquier conjunto de elementos dispares suele ser mejor si hay un gestor competente. La teoría básica de la Monarquía Constitucional nos dice que el mejor gestor de las cosas públicas es el Rey: según el Artículo 56 de la Ley de Leyes, es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia. Arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones. Por lo tanto, el presidente del Superior Gobierno no es el árbitro del partido; más bien, es el capitán de uno de los equipos que compiten por ganar la Copa cada temporada.
Curiosamente, los ciudadanos discrepan en gran medida a la hora de valorar los méritos de las personas que encarnan la Monarquía Constitucional, el Poder Ejecutivo, el Estado de las Autonomías, etcétera. Su Majestad el Rey tiene partidarios fervorosos y detractores acérrimos. Lo mismo ocurre con los y las componentes del Superior Gobierno y con los presidentes y las presidentas de las Comunidades Autónomas: generalmente, los ciudadanos que dicen que tal o cual de ellos o de ellas es una acémila también dicen que tal o cual otro u otra es el acmé de la honestidad y de todas las virtudes morales y sociales. Otros mantienen opiniones diametralmente opuestas, y califican a los mismos políticos y políticas con las mismas palabras, sólo que al revés. Al parecer, es imposible aplicar criterios objetivos. Eso no es cosa de la «polarización», que sólo es la forma de funcionar de ahora mismo. «Las dos Españas» están ahí desde hace al menos doscientos años.
Volviendo a «nuestros» poncios de turno, de vez en cuando se reúnen todos y todas en Madrid. Me parece conveniente que alguien que entienda las dinámicas de los grupos ejerza funciones arbitrales. Al parecer, el Rey no está por la labor, y su Primer Ministro administra su cuota de poder con los mismos principios, medios y fines que una autonomía cualquiera. Se diría que el Gobierno de España es una autonomía más, como el Gobierno de Aragón, el de Canarias, el de Cantabria, etcétera.
Por otra parte, el cociente intelectual de un grupo se determina averiguando el del más lerdo de sus integrantes y dividiéndolo entre el número de sus componentes. Dos corolarios:
– un grupo nunca va a ser más inteligente que el más burro de sus miembros.
– añadir personas al grupo no aumenta «per se» ni su calidad ni su utilidad.
El estudio clásico sobre el funcionamiento de los comités es el que hizo Cyril Northcote Parkinson en 1958.
Le propongo un ejercicio práctico: compare usted la capacidad de gestión de Su Majestad el Rey, de D. Pedro Sánchez Pérez-Castejón, de Dª Carolina Darias San Sebastián… vaya, la de su poncio/a de turno favorito/a, con la del presidente o presidenta de la Comunidad Autónoma en la que tiene fijada su residencia habitual, y con la del administrador o la administradora que lleva la comunidad de propietarios de la casa en la que vive.
Después de hacer este ejercicio varias veces, mi conclusión es que… Bueno, si acaso ya le diré qué me parece todo esto cuando usted me diga qué piensa de lo que hay.
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