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Octubre de 1999

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El pensador francés Paul Virilio sostiene que cada invento lleva su catástrofe.

Con el barco se inventa el naufragio; con la electricidad, la electrocución.

En España siempre hemos creído que los ingleses, al inventar el ferrocarril,

inventaron la puntualidad como ahora sabemos que, al privatizarlo,

sólo llegan puntualmente al accidente ferroviario.

Las privatizaciones son invento de Margaret Thatcher. Cuando sus padres inventaron a Thatcher inventaron la catástrofe del Estado del Bienestar inglés: ellos sin querer, ella queriendo. Al inventar el automóvil se inventó el accidente de tráfico. El automóvil tardó en generalizarse en España, pero ha triunfado: este año se han vendido más de un millón de coches. En la UE, que en sus países capitales siempre tuvo mejor parque móvil, se vendieron diez millones y medio hasta agosto.

Lo que triunfa en España, por encima de otros países, es la catástrofe. El gobierno relaciona uno con otro y dice que hay muchos accidentes de tráfico porque hay muchos coches. España va bien: triunfan el invento y su catástrofe. El razonamiento se destroza cuando en otros países se venden tantos coches y se accidentan menos. Acaba de salir un estudio refrendando esto y el gobierno colisiona con él por mirar hacia otra parte cuando se trata de seguridad vial. Son 16 muertos y 400 heridos diarios y la tendencia crece pese a que en otros países mengua y en España hubo años en que retrocedió. El gobierno se beneficia de que nuestra raíz católica llama fatalidad -esa providencia inversa- a lo que no lo es, mientras casi todas las familias han sido afectadas, más cerca o más lejos, por la catástrofe.

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