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Mayo de 2008
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Los parques de atracciones tienen mucho
de empresas de transportes recreativos.
Para transportar recreativamente a un niño antes hay que transportarlo muy seriamente. Después de subirlo a un avión y situarlo a diez kilómetros sobre el suelo, lo que le hace disfrutar es estar montado en un «Dumbo» a cinco metros de altura. Devoras kilómetros vertiginosos en un tren de alta velocidad o cumples paradas en un metro para acabar en una montaña rusa que es un ferrocarril rizado que hace un viaje de ida y vuelta en un minuto y poco. Lo que era aburrimiento cuando viajaban seriamente se vuelve diversión cuando lo hacen recreativamente.
Lo mismo pasa con el embarque, aunque se aguarda más en el de las atracciones que en el de los transportes. El terror al terrorismo ha hecho incómodo, suspicaz y lento subir a un avión, pero rara vez supera esa sucesión de esperas para acceder a las atracciones. Ahí hay una gran enseñanza de las de aprender deleitando: esas colas les adiestran en la demora de la recompensa. Allí los culos inquietos aguantan a pie firme y, en cuanto dominan el arte personal y social de la retención, crean vejiga y musculan esfínter que es una barbaridad. Se entrenan en el paciente, riguroso y ordenado uso social de guardar cola y consiguen una habilidad para la vida futura en la que pasarán más tiempo esperando que disfrutando y formarán fila no para ver a Peter Pan sino para comprar el pan. La experiencia del parque de atracciones también sirve para recordarles cuán zen estaban en el parque cuando se ponen pesaditos en el supermercado. «No aguanto más, papá». «Sí, en el parque de atracciones bien que aguantaste».
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