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Verá usted,
Juanjo Olaizola está publicando
una serie de «Historias del tren» que,
siguiendo el hilo conductor de la línea 3
del metropolitano de Bilbao,
nos lleva por toda la geografía de Euskadi.
Como es natural,
estoy devorando las entradas
con el máximo interés.
Hace 135 años,
los promotores de los ferrocarriles
hicieron muchísimas líneas
y vertebraron el país
como nunca lo había estado antes.
En los «años sesenta» del pasado siglo XX estaba en marcha un proceso general de «automovilización», un poco por todas partes. El relieve de Vizcaya y Guipúzcoa no lo favorecía en absoluto. Más bien se puede decir que dificulta mucho la construcción de cualquier tipo de vía. Por ejemplo, creo que la autopista Bilbao-Behobia aún tiene el récord -ajustando las cifras con la inflación- de mayor coste por kilómetro entre todas las de la península Ibérica. Las expropiaciones de terrenos en Euskadi nunca han salido baratas. Si son urbanos es todavía peor, porque el suelo edificable es un bien muy escaso.
Probablemente, la primera lección sobre estos temas la aprendí en la estación de Atxuri. Mi afición a los ferrocarriles empezó a una edad muy temprana. Mi padre, q.e.p.d., tuvo la idea de invertir un dinero que estaba a mi nombre en acciones de los Ferrocarriles Vascongados. Cuando me llevaba a Bilbao en sus viajes de la nostalgia, lo primero que hacíamos era visitar al Secretario de la Compañía, que tenía su despacho en la propia estación. Yo tendría quizá doce años.
El Sr. Uncilla nos recibía muy amablemente y nos explicaba la marcha de nuestro negocio. No recuerdo todo lo que nos dijo, pero me han quedado algunos detalles en la memoria: en su momento, eran absolutas novedades para mí. Por ejemplo, el concepto de los «beneficios atípicos» de una sociedad anónima. Como es natural, la empresa tenía que pagar dividendos a los accionistas. La competencia del camionaje se estaba comiendo el transporte de mercancías, y el tráfico de pasajeros tenía unas tarifas oficiales, los famosos «precios políticos». Resumiendo, con los resultados económicos de las actividades ferroviarias era imposible mantener las vías y renovar el material móvil. Lo que nos dijo el Sr. Uncilla es que la Compañía estaba salvando las cuentas gracias a los ingresos atípicos, que eran cosas como los justiprecios que pagaba la promotora de la autopista Bilbao-Behobia cuando quitaba terrenos al ferrocarril, y como hacerse la competencia a sí misma explotando líneas de autobuses. Recuerdo perfectamente mi asombro ante tanto pragmatismo…
Cincuenta años más tarde, el modelo carreteril está agotado, y salta la vista hasta qué punto fue un error estratégico apostar por el asfalto para todo en un territorio como el de Euskadi. La serie de Juanjo Olaizola nos está haciendo ver cómo se podía haber comunicado el país a costes económicos y ambientales muchísimo menores. Es un material de estudio sumamente útil para valorar todo lo que se está haciendo ahora, por ejemplo, con la «Y vasca», y para hacer unas reflexiones sobre uno de los problemas centrales de la tecnología ferroviaria: la elección del ancho. Si la construcción de la línea principal de la costa hubiera empezado en Irún, y si hubiera sido de ancho Stephenson, todo el desarrollo posterior habría sido diferente.
Cuánto me gustaría seguir hablando de todo esto con el Sr. Uncilla… Ahora sigo haciendo mis propios viajes de la nostalgia, y la línea 3 los facilitará muchísimo. A mi padre, q.e.p.d., le hubiera encantado.
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