El USS Ohio

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Todos hemos visto

aquellos anuncios

de cierto banco «on-line»

que acaban diciendo:

«Algún día

todos los bancos serán así».

Según el diccionario, «banco» es «un asiento, de madera por lo común, y con respaldo o sin él, en que pueden sentarse varias personas». En las galeras y otras embarcaciones de remo, es «el banco de boga de los galeotes y demás remeros». También hay bancos de arena, de peces y de carpintero. Bueno, probablemente los anuncios se refieren sólo a esos bancos que son «instituciones públicas de crédito, que con arreglo a las formas legales realizan el tráfico de dinero, mediante documentos representativos de valores. Es nota característica el realizar la mayor parte de sus operaciones con dinero ajeno». Por analogía con estas entidades, también se llaman así los bancos de sangre, de ojos y de otros órganos que se pueden trasplantar quirúrgicamente. Otros derivados son «banquero», «bancario» y «bancarrota».

Ahora que hemos enmarcado lingüísticamente el asunto, vemos que hay una relación entre los bancos y la navegación. Más concretamente, entre bancos y barcos de remo. Por eso será que, cuando se barrunta la bancarrota, los banqueros dicen a los bancarios aquello de «Todos vamos en el mismo barco».

Hace mucho tiempo que se emplea este símil náutico. Cuando una mentira se repite durante siglos, mucha gente termina por creérsela. Cuando es una verdad, como en el caso que nos ocupa, el que la dice se carga de razón. Es una afirmación indiscutible; según cómo definamos el barco, por supuesto.

Como tantos otros argumentos, tiene dos filos. Por un lado apela a una solidaridad básica: es más lo que nos une que lo que nos separa. Por otro, supone que los pactos entre las partes se van a cumplir de buena fe. Ahí es donde falla la cosa, porque la frase no se les cae de la boca a los que menos derecho tienen a decirla.

Así que resulta necesario preparar algunas respuestas. Hoy empezaremos con una, a saber, «Sí, de acuerdo, pero ¿qué clase de barco es?»

Sin ir más lejos, ¿qué clase de barco es el banco citado?

Es evidente que forma parte de la «flota» de cierto banco «normal». Pero no se sabe dónde está. Sólo se detecta su presencia cuando «torpedea» a los clientes de la competencia, y a los de su propio grupo, con anuncios que prometen el oro y el moro. La idea es que pueden permitirse pagar más a los depositantes, y cobrar menos a los prestatarios, porque no mantienen oficinas carísimas en sitios céntricos, ni una onerosa plantilla de improductivos bancarios cargados de trienios.

Sin embargo, cuando un cliente llama por teléfono, alguien contesta; alguien que es lo bastante bancario como para atender operaciones que toda la vida se han resuelto en una ventanilla; y tiene que estar físicamente en algún sitio…

Nuestra imaginación echa a volar y fantasea sobre unos privilegiados haciendo «teleworking» en alguna playa paradisíaca. O sobre unos sótanos lóbregos, donde mutantes clónicos con tres caras y tres pares de brazos trabajan ante tres pantallas, contestando tres llamadas al mismo tiempo. La verdad está probablemente en algún punto intermedio, y probablemente la plantilla de dicho banco se parezca bastante al resto de las del sector. Al menos, por ahora: si nos acostumbramos a tratar con una voz al otro lado del teléfono, pronto llegará un día en que el «software» de reconocimiento y generación de voz permita a los banqueros prescindir de verdad del personal y ponernos a hablar directamente con el ordenador.

Volviendo a nuestro barco, supongamos que fuera un submarino.

Los hay de muchas clases. Por cierto, no es lo mismo un submarino que un sumergible, que está pensado para navegar en superficie y sólo se mete bajo el agua cuando no queda más remedio. Hasta ese momento, viajar en cubierta no es cómodo, pero luego se vuelve decididamente desagradable.

El submarino debe ser el tipo de barco cuyo diseño ha evolucionado más, y más rápidamente, desde los primeros ejemplares prácticos, movidos a brazo por «el» tripulante, hasta los actuales lanzamisiles nucleares; las máquinas de destrucción más terribles que ha fabricado nuestra especie hasta la fecha, que ya es decir. Es deprimente ver lo mucho que han progresado las técnicas y lo poco que han mejorado las intenciones.

En estos buques la tripulación no vive muy bien. Todo tiene que funcionar las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año, y uno más los bisiestos. Por eso, y por ahorrar espacio, se usa el sistema de «cama caliente»: tres tripulantes usan la misma litera para dormir por turnos.

En los bancos «on-line», a los efectos prácticos del cliente, no tienen horario; ni fines de semana, ni sábados libres, ni fiestas, ni vacaciones, ni nada de todo eso. Como todo el mundo trabaja cada vez más tiempo, menos los parados, «hace falta» que las empresas de servicios, el comercio, bancos, cajas de ahorros, compañías de seguros, etcétera, atiendan al público a unas horas cada vez más intempestivas.

Con estos anuncios están creando entre los clientes del sistema financiero unas expectativas que son incompatibles con las costumbres y tradiciones del sector. Y con el bienestar de los empleados, que al fin y al cabo también son personas. Por lo que se ve, todo eso ya no le importa un pimiento a nadie. Tendríamos que preguntar si alguien necesita de veras llamar al banco a las cuatro de la madrugada. Mejor sería que llamásemos a los loqueros.

Algún día todos los bancos serán así. Allá ustedes.

Firmado: el Capitán Nemo

Contacto

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Maqueta del «Nautilus» de la película

«Veinte mil leguas de viaje submarino»

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Veinte mil leguas de viaje submarino, de Jules Verne

La galera de Ben-Hur

Todos vamos en el mismo barco

Y esto tiene que estar aquí :

Amarrado al duro banco

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