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Enero de 2018

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Lo conocí en la escuela pública de Sant Jordi cuando ingresó uno de mis hijos luego de la aventura de Blat.
Me cayó el alma a los pies cuando vi que la escuela era un simple garaje.
Con el tiempo me di cuenta que el lugar es solamente la cáscara y lo importante es quién dicta las clases.

A pesar del ambiente de la época, Jaume dictaba algunas clases en catalán y agregaba por su cuenta actividades extraescolares como enseñar a tocar la flauta. Tiempo después mi hijo fue a terminar el bachillerato al seminario de Dalt Vila donde un profesor para justificar el idioma en que daba las clases decía: “parlar castellá em fa mal al coll”. Esto sucedía en la misma ciudad donde en otra escuela el maestro, también con gran actividad política, era conocido con el apodo de “Sucarrat”. Evidentemente, este personaje debía tener una percepción de lo que es la política distinta de lo que pensamos algunos.

En su actividad política Jaume consiguió un escaño en el Consell y gracias a su labor nació el cuerpo de bomberos. En el trámite para la construcción del Parque tuvo que oír gansadas de todo calibre. En su propio partido alguno que se creía con más méritos que él para ocupar su banca lo llamaba “diputadillo”. Pasó el tiempo, en el año 1982 obtuvo una banca en el Congreso de los Diputados y ya no hubo más bromas.

Por cierto el congreso se llama también parlamento que viene de parlare, hablar, y hoy es una simple sala de lectura. Hace un siglo, luego del desastre de Annual, mi padre estaba interpelando al gobierno de Sánchez Guerra y sacó un telegrama del bolsillo con intención de leerlo y el presidente de la Cámara le prohibió terminantemente que lo leyera: “Si lo desea apréndalo de memoria y nos dice el contenido”.

Cuando viajaba a su pueblo, Organyà, se tenía que pagar el billete de su bolsillo; tampoco tenía sueldo, se mantenía con su trabajo como abogado.

Nunca le he oído presumir de su licenciatura en filología y eso que en aquel momento en el gobierno de Adolfo Suárez solamente un ministro hablaba inglés. Esto último lo contó Eduard Punset en televisión. No pretendió ponerse méritos por el hecho de que lo enviaran en misiones al extranjero, simplemente era el único con capacidad para hacerse entender.

Por aquellos años se estrenó una serie en TVE llamada “Dallas”. Uno de los protagonistas, malvado a más no poder, se llamaba J.R. Ewing, interpretado por Larry Hagman; la familia le llamaba “jota erre”. La tentación fue grande y a nuestro personaje comenzamos a llamarle “J.R.” Por aquel entonces aún no había estudiado comportamiento gestual, pero no hacía falta. La jeta que ponía dejaba ver que no le hacía ni pizca de gracia.

 

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