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Enero de 2018

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A finales de 2017 se colocó en el Martillo

un monolito en recuerdo a Joan Tur Ramis.

Joan Tur Ramis ocupó distintos cargos en el PSOE

y, sobre todo, aportó su dosis de cordura

para suavizar las posiciones de quienes éramos más exaltados.

Cuando lo conocí en la Marina no necesitaba apellidos era: Juanito del Formentera. Hace cuarenta y tres años coincidimos siendo padres de alumnos de la escuela Blat, aquel magnífico experimento escolar que funcionó durante algunos años en nuestra ciudad. Frente a las masificadas aulas de la época o la incompetencia de algunos maestros del régimen, surgió aquella nueva escuela que iba mucho más allá de las tablas de multiplicar. A mi hijo Pau le tuvieron que llamar la atención, se podía tutear a los maestros pero había que prestar atención en las clases y estudiar.

Años más tarde volvimos a coincidir en nuestra admiración a Tierno Galván, «el viejo profesor» que supo convertir a Madrid en la sana envidia de toda España. La movida madrileña transformó la vida social de la capital. Lástima que no dejó un heredero de su talla. Era de fácil percepción la abismal distancia entre él y los políticos de la época. Y eso que aún no habían llegado los de Alianza Popular vociferando su lema «la calle es mía».

Con el tiempo compartimos feligresía en el PSOE, donde Juanito ocupó distintos cargos y sobre todo aportó su dosis de cordura para suavizar las posiciones de quienes éramos más exaltados. Hacia 1980 fuimos a un congreso partidario en Palma, y allí también se dedicó a la mediación para suavizar a los más exaltados. Cuando estábamos en la vieja sede del paseo de Vara de Rey, una noche, en medio de una acalorada discusión me espetó: «Pedro, eres un anarquista». Tenía razón.

Cuando apareció la publicación UC, Joan Tur estaba entre los sostenedores de esa aventura que significó una ampliación del horizonte cultural de Eivissa. Basta recordar la amplia lista de colaboradores con la que contó, entre otros, con Pilar Bonet, Toni Roca y el poeta Francesc Parcerisas.

En su fonda, además de servir excelente comida, también trababa relación amistosa con muchos clientes. Uno de ellos, estudioso de las lagartijas, después de haber recogido muestras por distintos islotes de nuestro entorno le pidió si podía guardar todas las cajas para embarcar a la mañana siguiente. Durante la noche estos animalitos royeron el cartón de las cajas, y al abrir el establecimiento había centenares de lagartijas por las paredes y el techo.

Para terminar, podría decir que si Juanito hubiese sido pianista hubiera tocado todas las teclas, sin olvidarse de ninguna. Hombres de su talla intelectual son los que han ayudado a poner a nuestra ciudad en el mapa. No solo fue capaz de dirigir con acierto su restaurante del puerto, también supo estar acompañando a cuantas personas tuvieron una sana inquietud.

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