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Hace unos años empecé a estudiar

la historia de la navegación a remo.

Cada vez que digo que me interesan las galeras,

mis interlocutores evocan prácticamente siempre

la imagen mental de unos patas

bogando al ritmo de un tambor.

A todas luces procede de la película «Ben-Hur».

Aunque no la mencionen por su nombre, se nota que la han visto.

Hay quien la encuentra maravillosa y quien dice que es un tostón.

Pero lo más habitual es que citen una o varias secuencias favoritas.

Hay unanimidad sobre la carrera de cuádrigas: es Cine con mayúscula.

Y también es muy, muy recordada la parte de las galeras.

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Recapitulemos lo que ocurre

Los romanos tienen ocupada Judea. Ben-Hur no quiere hacerse colaboracionista. Cuando llega el gobernador nuevo, caen unas tejas de su casa, el caballo se espanta, el jerarca cae al suelo y se hace daño. Le acusan de haberlo hecho a propósito y lo mandan a galeras. Mientras lo conducen a Tiro en cuerda de presos, un cruel romano le niega un poco de agua. Pide ayuda al Señor y Jesucristo en persona le da de beber.

A continuación, el almirante Quinto Arrio llega en su falúa para tomar el mando de la flota. Lo primero que hace es bajar a ver la chusma de su galera. Hay un galeote enfermo y hace sacar de la sentina a un suplente para reemplazarlo. Ve a otro con la espalda llena de marcas y dice:

– ¿No se porta bien este hombre?

– Es un insubordinado, cónsul

– Eso se va a acabar

Luego intenta entablar diálogo con Ben-Hur:

– ¿Sirves desde hace tiempo?

Ben-Hur no contesta

– ¡Cuarenta y uno!

– Un mes menos un día, en esta nave

– Llevas muy exacta la cuenta. ¿Y antes?

– Tres años, en otras naves

– ¡Tres años!

Da cinco pasos, coge el látigo a un cómitre y le da un azote en la espalda. Se miran.

– Tu impulso es de devolver el golpe, pero tienes la sensatez de contenerte. Tus ojos están llenos de odio, Cuarenta y uno. Eso te ayuda. Se sobrevive con el odio. Da fuerza para resistir.

Luego arenga al personal:

– Ahora escuchadme, galeotes: a todos vosotros se os condenó. Os mantenemos vivos para servir esta nave. Por lo tanto remad, y vivid.

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Más tarde, Arrio vuelve a bajar a la cámara de boga para que la chusma haga unos cuantos ejercicios prácticos. Se sienta al lado del famoso individuo del tambor, y le ordena que vaya aumentando la cadencia. Así van acelerando sucesivamente, a boga de combate, boga de ataque y boga de ariete. La música los acompaña, cada vez más deprisa. A los dos minutos, los galeotes empiezan a desfallecer y a soltar los remos. Los cómitres empiezan a repartir latigazos. A los dos minutos y medio, el almirante manda descanso. Los galeotes dejan de remar, tosiendo y jadeando.

Por la noche, Quinto Arrio llama a Ben-Hur y le ofrece sacarle de allí si se hace gladiador o auriga. El diálogo deriva hacia la religión, hasta que Arrio le manda de vuelta a su remo.

Por fin aparece la flota enemiga y los romanos se aprestan para la lucha. Los cómitres pasan cadenas por los grilletes que llevan los galeotes en un tobillo. Pero Arrio ordena que suelten a Ben-Hur.

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Se traba el combate, los dardos incendiarios vuelan por todas partes, hay una gran confusión. Una galera enemiga ataca a la nuestra, le clava el espolón, la aborda y la incendia. Hay pánico entre los remeros. En medio del caos, Ben-Hur estrangula a un cómitre, le quita las llaves y abre los candados. Los que pueden se quitan las cadenas e intentan salvarse. También abre la trampilla de la sentina, y sale de abajo un galeote con una mano cortada.

Ben-Hur sube a cubierta, y la encuentra llena de gente luchando cuerpo a cuerpo. Ve que un macedonio está a punto de atacar a su amigo y lo mata con un venablo. Aún así, Arrio cae al agua y, como es natural, el peso de la armadura lo hunde. Ben-Hur se tira al mar, lo saca y lo sube en unas maderas que casualmente están a flote por allí cerca. Los dos miran cómo se hunde su barco.

Amanecen solos en alta mar, y por pura chiripa los rescata otra nave romana. Resulta que han ganado la batalla. Y la escena acaba cuando Ben-Hur se para a mirar por una escotilla cómo bogan los remeros de la galera que los ha salvado.

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Por qué la secuencia es tan mala

Repasando las escenas desde el principio, en Roma no había pena de galeras. Ni de cárcel, para el caso. La prisión era un espacio cerrado donde los delincuentes esperaban el juicio. El castigo era inmediato. Multas, azotes o la muerte.

Los galeotes eran hombres libres; bueno, tan libres como podían ser los plebeyos en aquella época. Desde luego, no eran esclavos ni forzados, por razones que luego se dirán.

En cuanto a que los romanos fueran capaces de conducir una cuerda de presos, probablemente políticos, a través de Palestina, los testimonios que nos han llegado son unánimes: el gobierno romano no era popular entre los judíos. El Evangelio según San Juan dice claramente que enviaron una cohorte para prender a Jesús de Nazaret. O sea, unos seiscientos hombres armados. Y se supone que aquél era de los más pacíficos, aunque Pedro llevase una espada y la usase.

Desde el punto de vista de la reconstrucción técnica, la galera es impresentable. Hacia 1860, Napoleón III se hizo construir una «trirreme romana» para navegar por el Sena. El proyecto era de MM. Jal y Dupuy de Lôme. Considerando que M. Jal era un gran erudito de biblioteca y que M. Dupuy de Lôme se ganaba la vida diseñando acorazados, no es extraño que la cosa no acabase de funcionar. La nave era tan robusta que los remeros no consiguieron ni ponerla en marcha, con gran jolgorio de los espectadores. Alguien ha dicho, con bastante mala uva, que tal vez habría ocurrido otra cosa si los cómitres hubieran podido usar látigos. En fin, «aquello» terminó sus días como blanco flotante para prácticas de tiro naval. Eso prueba que era de construcción demasiado sólida para moverlo a remo…

Los astilleros de Hollywood siguen esta tradición en un todo. Cualquiera que haya remado en un bote puede ver que aquellos pobres tipos no son capaces de hacer andar aquel búnker de madera aunque los maten a latigazos. Y no hablamos de moverlo un poco para pasear por un río, sino de maniobrar, combatir, embestir con el espolón, ciar, etcétera.

La ‘Olympias’, reconstrucción moderna de una trirreme ateniense, pasó de los nueve nudos, con una tripulación de lo más heterogéneo, entrenada durante dos semanas. Ya veis que el diseño del barco es de primera clase. Al parecer, llegaban a catorce nudos en los ataques; unos 26 kilómetros por hora.

Por todo lo dicho, es impensable que un comandante naval entre en combate con una chusma que no aguanta la marcha ni tres minutos. Es como si un barco moderno fuese a una batalla con gasoil para cinco minutos. No, la chusma era la máquina del buque, y la energía para moverlo estaba almacenada en el metabolismo de los remeros. Tenían que aguantar horas y horas, bogando con una coordinación perfecta. Los remos tenían que ir siempre paralelos, porque el espacio para meter la pala en el agua era de menos de un par de palmos. Lo que pasaba si un solo remero, uno solo, soltaba el remo, porque le acertaba un proyectil enemigo, porque le daba un patatús o porque no estaba contento con su sueldo, era que la pala chocaba en el agua con las de sus vecinos. En cuestión de segundos toda la banda dejaba de remar. Si esto ocurre durante una maniobra delicada, como un ataque con espolón o un viraje para esquivar a un enemigo que viene contra usted, la cosa puede ser grave. Por eso no se tripulaban las galeras con esclavos ni con forzados.

Y sabemos que las naves antiguas, incluso las más grandes, eran capaces de usar el espolón. Esto se deduce del simple hecho de que lo llevasen. Ningún arquitecto naval pone en un barco un espolón de bronce que cuesta carísimo, que va sujeto al casco a base de encaje de bolillos, y que desequilibra mucho la proa, sólo porque los rizos de agua rompiendo sobre el tajamar hacen bonito. No, se pone para usarlo si se puede… y si le dejan. No olvidemos que para hincarle el espolón a otro barco resulta imprescindible que lo haga usted de manera tal que su aceptación o su rechazo carezcan de importancia. Otro día hablaremos de las implicaciones de este asunto. Como dice Ruby Barnes, en «Cita con Rama» de Arthur C. Clarke, puede usted averiguarlo todo sobre una cultura estudiando qué barcos construyen y cómo lo hacen. Tal vez sea una afirmación exagerada, pero no mucho.

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Por qué la secuencia es tan buena

Y ya le hemos visto algunos defectos; y tiene bastantes más. Pero volvamos al principio. Las escenas de la cámara de boga son muy recordadas. El caso es que funcionan, que son creíbles. Aún diré más, a mí particularmente me fascinan. Tengo el video y las he visto docenas de veces. En otras palabras, deben ser, al mismo tiempo, muy buenas.

La explicación es que todo ello es un puro anacronismo. El ambiente que se reconstruye con tan notable éxito no es el de las galeras romanas, sino el del Renacimiento, donde sí pasaba mucho de lo que aparece allí, y más cosas. La cuerda de presos que cruza Francia a pie, dejando los muertos por el camino. Las encantadoras damas provenzales que negaban un poco de agua a los forzados diciendo: «Marche, marche, là où tu vas, tu ne manqueras pas d’eau». Y los látigos de los cómitres, las cadenas que llevaban puestas siempre, las batallas navales donde la chusma moría de mil maneras, a cuál más desagradable. De hecho, la situación era bastante, bastante peor de lo que se ve en la película. La comida variaba entre muy mala y espantosa. Las condiciones digamos higiénicas a bordo eran… ninguna pocilga estuvo jamás tan sucia. Casi ninguno sobrevivía tres años; de ahí el asombro de Arrio. Otro día, si le parece bien, puedo hacerle un resumen de las «Mémoires d’un galérien du Roi-Soleil», de Jean Marteilhe. Que yo sepa, es el mejor documento que nos ha llegado sobre la vida en las galeras. Marteilhe era protestante y fue condenado a galeras perpetuas a los diecisiete años de edad, por el intento de salir de Francia sin licencia… que el Rey no daba, naturalmente.

Dice Quinto Arrio que se sobrevive con el odio y que da fuerza para resistir. El testimonio de Marteilhe, en cambio, deja muy claro que los protestantes que se salvaron de morir en las galeras de Luis XIV vivieron gracias al amor fraterno, a la ayuda mutua y a la solidaridad de sus correligionarios libres. Si se hubieran dedicado a odiar a sus verdugos, no les habrían quedado energías para sobrevivir.

De alguna forma, el final de la película cuadra bastante bien con esto. Ben-Hur no cumple su promesa de vengarse. No causa la muerte de Mesala en la carrera. El propio malvado se busca la ruina cuando las armas que ha preparado contra Ben-Hur se vuelven contra él. Y sólo la intervención milagrosa de Jesucristo remedia los males causados por el odio, curando la lepra de su madre y de su hermana.

En conclusión, «Ben-Hur» ya es un clásico del cine «de romanos». Espero que este texto le sirva para apreciarla más y mejor la próxima vez que la vea.

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Esta ilustración me la ha dado…

… C. J. González Foronda

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