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20 de Diciembre de 2017
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Los taxistas de Barcelona han ganado una batalla legal contra Uber: un tribunal europeo ha dictaminado que es una empresa de transporte. Ipso facto, pasa a las administraciones locales la patata caliente de meter en cintura a dicha empresa y obligarla a jugar con la misma baraja y las mismas reglas que el resto de las que operan en el mismo mercado.
Peeero… ganar una batalla no es ganar la guerra. Si esto fuera una partida de ajedrez, podríamos decir que el sector del taxi está enrocado en una esquina del tablero, luchando por hacer cumplir unas reglamentaciones y unas normas que no cumple nadie. En este momento, los peones de Alphabet son los conductores de Uber: particulares que se han quedado sin empleo fijo y que rentabilizan la inversión que hicieron en la compra de sus automóviles privados trabajando como taxistas sin pagar unas licencias carísimas.
Con eso se consigue devaluarlas: quién va a querer pagar lo que cuestan si puede meterse en el negocio por mucho menos dinero. El mercado secundario, esa cosa opaca que todos sabemos que está ahí, pero no se ve, ya debe estar notando la caída de precios.
Y mientras todos miran cómo cae la infantería de Alphabet, abatida por las ametralladoras judiciales, Google trabaja en la caballería. La auténtica apuesta es Waymo, un servicio que estará «seamlessly» integrado en Google Maps. Buscaremos el itinerario que deseamos hacer y el sistema nos ofrecerá una ruta óptima, incluyendo trechos a bordo de sus vehículos automáticos: «self-driving cars» que estarán aparcados donde los dejó el último usuario y registrados uno a uno en los ordenadores de Google. Pagaremos algo por el servicio, dejaremos el vehículo donde nos convenga y seguiremos el viaje en otro medio hasta llegar a nuestro destino.
Se dice que la interacción entre los «self-driving cars» y el resto de los usuarios de las vías públicas puede ser conflictiva. Eso no pasa de ser «wishful thinking». Cuando haya una masa suficiente de vehículos automáticos, el legislador dictaminará que es necesario que todos ellos estén coordinados por un solo control de tráfico centralizado, como el C.T.C. de los trenes, y que los inseguros automóviles particulares, conducidos por seres humanos propensos al consumo excesivo de bebidas espirituosas y por ende falibles, deben ser relegados al olvido.
En el cuartel general de Alphabet alguien redactará un parte de operaciones que sonará algo así como «En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado».
Pues eso. La victoria táctica de los taxistas está inscrita en un desastre estratégico. Las reglas del juego están cambiando todos los días. Para ver eso no hace falta inteligencia: a mí me basta con usar mi memoria. Hace no tantos años, el servicio público de autobuses de Las Palmas de Gran Canaria se llamaba Asociación Patronal de Jardineras Guaguas. Era la resultante de una guerra entre operadores individuales, que habían competido todos contra todos por atraer clientes. Cada guagua tenía dueño, pero se habían puesto de acuerdo para repartirse la tarta. El Ayuntamiento sólo se hizo cargo del servicio cuando se vio que la explotación privada ya no era viable.
La defensa en orden cerrado del «statu quo» tiene tanto futuro como la falange macedonia. Tal vez los taxistas deberían pensar más bien en ir renovando su flota con vehículos que sean convertibles en «google cars», para alquilarlos a Waymo en el futuro. Si se aferran a unas ideas que los están condenando a unas condiciones laborales que no son muy buenas, a base de jornadas larguísimas y calendarios sin festivos, ya veremos qué pasa cuando el Cordero de Dios rompa el séptimo sello…
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