Noviembre de 2017

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El Reino de España ha firmado,

entre otros documentos

de alcance internacional,

uno que reconoce

el derecho de autodeterminación de los pueblos.

Cuando se habla de este derecho,

sin embargo, el actual primer ministro

(o presidente del gobierno,

en terminología española)

dice que ningún país civilizado lo aplicaría

(se supone, por tanto,

que va dedicado sólo a los «salvajes»)

y que, en cualquier caso, la aplicación

del derecho de autodeterminación

sólo fue pensada para las «colonias».

Dejemos de lado la falacia del argumento del presidente del gobierno español. En ninguna parte se ha dicho que el derecho de autodeterminación se aplica sólo a las colonias. Baste recordar que no hace tantos años la República Federal de Alemania y la República Democrática de Alemania, aplicando el derecho de autodeterminación de los pueblos, decidieron unirse y formar un solo estado: la Alemania actual. Y no creo que ni el (( osado )) de don Mariano se atreva a decir -y mucho menos ante la canciller Angela Merkel- que Alemania es o ha sido recientemente una colonia. (Dicho sea entre paréntesis: ya se ha buscado bastantes problemas con la pequeña y modesta Bélgica, estos últimos días).

Insisto: en ningún lugar se dice que el derecho de autodeterminación, reconocido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), vaya dirigido sólo a las «colonias». Pero bien: supongamos que el autista del Atlántico tuviera razón, que entendiera el mundo en más de un idioma y que alguien lo viera igual. Supongamos, por tanto, que el derecho de autodeterminación sólo se pudiera aplicar a casos de descolonización. ¿En qué medida las islas Baleares tendríamos derecho? ¿Qué rasgos tenemos, en las Islas Baleares, que hagan nuestra sociedad parecida a la de las colonias de la etapa anterior a la descolonización?

Ciertamente, desde mi punto de vista, hay muchos rasgos que hacen coincidir las Baleares con las colonias más clásicas y típicas. Las colonias, para empezar, dependen directamente de una lejana metrópoli, que las considera más como tierra conquistada que como parte integrante de su propio país. Visto el interés que tienen en Madrid por la lengua o por la cultura de las islas Baleares, y en qué medida las sienten también como suyas, pienso que las Baleares se parecen más a una colonia que no a una parte integrante de un Estado moderno.

Otra característica de las colonias es que sufren abusos por parte de las élites extractivas de las metrópolis, que las ven como fuentes para conseguir dinero. Esto, en el caso de las islas Baleares, va como anillo al dedo. Las élites extractivas españolas ven nuestras islas como una fuente de ingresos para su estado parasitario. Los ciudadanos de Baleares pagamos mucho más en impuestos en Madrid de lo que recibimos en forma de los servicios que presta el Estado. Somos una teta de la que chupar, pero no tenemos retorno. Y sobre todo, como ocurre en las colonias, no tenemos mecanismos para asegurar este retorno, ni para forzarlo. Nosotros pagamos y ellos cobran, y no hay nada que negociar, porque ellos tienen la fuerza (por mucho que nosotros podamos pensar que tenemos la razón). Basta ver todo el paripé del Régimen Especial de Baleares, que es historia reciente, para entender que el esquema que se aplica en Baleares se parece mucho más al que aplican las metrópolis en las colonias tradicionales que al que aplican los Estados modernos en los territorios que los integran.

Otra característica de las colonias es que se les aplica el poder en la lengua de la metrópoli. Los funcionarios metropolitanos no tienen ninguna obligación de conocer la lengua de la colonia, y pueden prescindir perfectamente de estudiarla sin que ello les suponga ningún perjuicio. Normalmente este monolingüismo metropolitano afecta especialmente a grupos como las fuerzas policiales, el estamento judicial o determinados sectores económicos. Otra vez, el esquema clásico del colonialismo va como anillo al dedo a las Islas Baleares. Estoy convencido de que hay más gendarmes que saben hablar «créole» en Guadeloupe o la Martinique que policías nacionales y guardias civiles que sepan catalán en las Islas Baleares. Imagino que sería más fácil encontrar jueces que supieran wólof en Senegal antes de la independencia que jueces que usen normalmente el catalán en Palma o en Ibiza.

Dicho todo esto, resulta evidente que, si el derecho de autodeterminación es universal (como dice en realidad el principio de la ONU), en Baleares tenemos derecho a la autodeterminación, a determinar libremente cuáles deben ser nuestras relaciones futuras con el resto de los países del mundo. Y, suponiendo que el primer ministro español tuviera razón y este derecho sólo fuera aplicable a las colonias, en Baleares tenemos, igualmente, el derecho de reclamarlo. Porque sufrimos la mayoría de los rasgos característicos de las colonias clásicas. Incluso a la hora de tener que aguantar el supremacismo metropolitano y dosis elevadas de xenofobia contra nuestra población.

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