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“Eso nunca será un tren”,
le espetó un profesor
de la Escuela de Caminos
a Alejandro Goicoechea
cuando conoció
uno de los primeros esbozos
de lo que después sería el Talgo.
El docente estaba equivocado,
como le demostraría poco tiempo después
el ingeniero de Elorrio (Bizkaia).
El proyecto del innovador vasco
(como ahora sería conocido)
suponía un verdadero salto
para el ferrocarril de la época:
ejes guiados, ruedas independientes,
integración de los coches entre sí
formando un cuerpo único articulado,
bajo centro de gravedad y liviandad de peso.
En síntesis,
los mismos conceptos que tiene hoy en día
los modernos equipos de la empresa.
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2017/11/27/
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