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Si la tesis que hemos avanzado es correcta,

cabe suponer que en cierto modo

el complejo R sigue desempeñando

dentro del cerebro humano

las mismas funciones

que cumplía en el dinosaurio,

y que la corteza límbica genera

los estereotipos mentales

de los pumas y los perezosos.

Es indiscutible que

cada nueva fase en el proceso de cerebración

viene acompañada de transformaciones en la fisiología

de los primitivos componentes del cerebro.

La evolución del complejo R habrá acarreado cambios

en el cerebro medio y en otras regiones del encéfalo.

Pero sabemos que la regulación de buen número de funciones

es tarea común de diferentes componentes cerebrales,

y sería realmente extraño que

los componentes cerebrales de la base del neocórtex

no continuaran actuando en buena medida

como lo hacían en tiempos de nuestros remotos antecesores.

MacLean ha demostrado que el complejo R desempeña

un papel importante en la conducta agresiva, la territorialidad,

los actos rituales y el establecimiento de jerarquías sociales.

Salvo excepciones esporádicas, a las que damos la bienvenida,

tengo la impresión de que estos rasgos configuran en buena medida

el comportamiento burocrático y político del hombre actual.

No quiero decir con ello que el neocórtex no juegue también su papel

en una convención política estadounidense

o en una sesión del Soviet Supremo de la URSS.

A fin de cuentas, se trata de rituales en los que prevalece

la comunicación de tipo verbal, es decir, generada por aquel órgano.

Pero sorprende comprobar en qué medida nuestros actos reales

—en contraposición a lo que decimos o pensamos—

pueden explicarse en función de las pautas

que rigen la conducta de los reptiles.

 

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