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The Independent, 10 de abril de 2003
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La lengua vasca tiene una palabra, “huts”,
que expresa algo que obsesionó a Jorge Oteiza,
uno de los escultores españoles más grandes del siglo XX.
“Huts” es un vacío, la ausencia
de algo que se desea ardientemente;
un fallo, la fabricación de un hueco.
Oteiza hacía esculturas para enmarcar espacios vacíos, porque había decidido que la escultura no trataba de las formas de las cosas, sino de los espacios en su interior y en su derredor. Aunque abandonó formalmente su disciplina artística en 1959, ahora está ganando un reconocimiento más amplio, y su figura se compara a las de Eduardo Chillida, Pablo Picasso, Salvador Dalí y unos pocos más.
En 1950, Oteiza y el arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza, amigo suyo de toda de la vida, fueron elegidos para diseñar una nueva Basílica en Aránzazu para la comunidad franciscana en Guipúzcoa. Fue un punto de inflexión en las carreras de muchos de los que tomaron parte en el proyecto, y en la historia del diseño de iglesias. Oteiza decía que el día en que recibió el encargo fue “el más feliz de mi miserable vida”, pero generó una enorme controversia, mayormente en torno al friso de los Apóstoles sobre la entrada principal.
La influencia de Henry Moore es evidente en los Apóstoles. Hay catorce – Oteiza incluyó tanto al arrepentido Judas como a su sucesor, Matías – pero lo que horrorizó a los eclesiásticos conservadores fue que las figuras tienen un gran agujero a través del cuerpo. Oteiza dijo que eran hombres que se habían abierto a sí mismos. “Dieron sus corazones por los demás, y esta abnegación les da la santidad que comparten y su verdadera identidad cristiana”. Fue demasiado para el comisionado pontificio, un cierto Monseñor Constantini, que lo describió como “una hilera de monjes con las tripas arrancadas”.
La lluvia de fuego y azufre clericales paralizó el proyecto durante años. Los Apóstoles quedaron en la cuneta, mientras seguía rugiendo el debate sobre si eran profanos o sublimes. Hizo falta la intervención del mismísimo Papa Pablo VI para desautorizar a los reaccionarios y sancionar la prosecución de la Basílica, de forma que en 1969 aún no estaba terminada. El edificio es difícil de entender, pero es obra de los mejores talentos vascos de la época.
Otro trabajo que dice mucho sobre su carácter testarudo y combativo se titula, en vasco, Hau Madrilentzat (“Esto para Madrid”, 1975). A primera vista es una combinación de formas geométricas; de pronto cae usted en la cuenta de que es una versión estilizada del gesto de agarrarse el codo y levantar el puño conocido en castellano como un “corte de mangas”. El título era un mensaje – un tanto brusco – a la capital del reino, después de que le rescindieran un contrato para la Plaza de Colón que había ganado por concurso.
Oteiza nació en Orio, Guipúzcoa, en 1908. Hizo los estudios primarios en el País Vasco y en Navarra, de donde procedía su padre. Era un chico introvertido y solitario. Uno de los placeres de su infancia era tenderse en la playa y contemplar el cielo. El negocio paterno se hundió y la familia se fue a Madrid. Cuando su padre emigró a Argentina, él tenía veinte años y se puso a trabajar de camarero y de cajista de imprenta para mantener a su madre y a sus cinco hermanos menores, mientras estudiaba Medicina.
Los elementos científicos de sus estudios despertaron su interés por las estructuras, las energías y la representación de lo invisible. Se orientó hacia la escultura y ya estaba ganando premios a los veintipocos años. Esto hace de Jorge Oteiza el último superviviente de la vanguardia artística que precedió a la República.
En 1935 embarcó para Sudamérica, y anduvo quince años de país en país, presentando exposiciones de esculturas y cerámicas, enseñando y escribiendo sobre la filosofía y la historia del arte. A su regreso a España en 1948, se convirtió en una luminaria orientadora de su generación de artistas vascos.
Ganó el Premio Nacional de Arquitectura por una capilla en el Camino de Santiago, e hizo varias piezas emblemáticas para edificios universitarios, una estatua de aluminio para la iglesia de los dominicos en Valladolid… hasta una fachada para el Instituto de Inseminación Artificial de Madrid. En el tiempo que le quedaba libre entre exposiciones, conferencias y un trabajo de jornada completa en una empresa de cerámicas, escribía sobre Goya, sobre la estatuaria megalítica sudamericana, y en defensa de la abstracción.
Desarrolló un estilo escultórico influido por los constructivistas y los suprematistas como Kasimir Malevich. Su voluntad de explorar la escultura hasta el límite alcanzó su expresión más fructífera en los últimos años cincuenta con su “Propósito experimental”. Su reconocimiento internacional quedó confirmado cuando un conjunto de estas esculturas de pequeño formato ganó la Bienal de São Paulo en 1957.
Dos años más tarde, anunció que ya había terminado de hacer escultura a escala natural y que tenía otras cosas que hacer. Volvió a la palabra escrita, porque sentía que había explorado las propiedades del espacio tan extensamente que “acabé con un espacio vacío puramente receptivo, pero sin una escultura entre las manos”.
Sin embargo, tenía almacenados tantos proyectos y modelos que, incluso en su período más prolífico como escritor, polemista y poeta, seguían emergiendo nuevas esculturas. En 1963 apareció su trabajo literario fundamental, “Quousque tandem…!”, subtitulado “Un esfuerzo para interpretar la estética del alma vasca”, que tuvo un profundo impacto sobre varias generaciones. Muchos lectores quedaron cautivados por la definición de la identidad vasca como construida en torno a principios opuestos pero complementarios – antiguo y moderno, urbano y rural – y marcada por el idioma único de la región, que es una supervivencia pre-indoeuropea. Trató estos temas en un libro, “Ejercicios espirituales en un túnel”, publicado en 1966. Estuvo prohibido hasta 1983.
Otros proyectos de Oteiza en los años sesenta versaron sobre aspectos del renacimiento cultural vasco, que había estudiado desde su juventud. En esa época, su tiempo se repartía entre mil cosas: incursiones en el cine, propuestas para crear museos o institutos de investigación sobre estética, prehistoria, antropología y arquitectura, una universidad de las artes y una “universidad para niños” en lengua vasca, además de sus actividades en los grupos artísticos Gaur (Hoy), Emen (Aquí) y Orain (Ahora).
Chillida también colaboraba en Gaur; hicieron exposiciones conjuntas y compartían muchos amigos. Las divergencias entre Chillida y Oteiza fueron un grave obstáculo para el surgimiento de lo que podríamos llamar con propiedad una Escuela Vasca. Una de ellas fue el trabajo de Chillida como ilustrador de “Die Kunst und der Raum” (“El Arte y el Espacio”), de Martin Heidegger: Oteiza creía tener una comprensión más profunda del pensamiento del filósofo. Siguió un enfrentamiento de treinta años, promovido principalmente por Oteiza. Tal vez su causa real fuera que muchos años después de que hubiera renunciado ostensiblemente a la escultura, Chillida la siguiera practicando, con creciente éxito en todo el mundo. Por todo ello, hubo un alivio generalizado en 1997, cuando Oteiza se tragó el orgullo y fue a ver a Chillida para darle un abrazo de reconciliación.
Una profunda espiritualidad informa la mayor parte de su trabajo. Tanto podía articular una forma humanística del cristianismo como, con la misma lucidez, proclamarse “un devoto ateo”. Pero su relación con el cristianismo, y más específicamente con la iglesia católica, era fluctuante. A principios de los años sesenta sugirió a unos amigos que consiguieran una avioneta para volar a Roma y bombardear la Basílica de San Pedro durante las sesiones del Concilio Vaticano. Este proyecto descabellado ya había adquirido bastante entidad cuando perdió el interés: como alguno de sus empeños más consistentes, quedó en nada.
Quizá habría sido mejor que no se dedicase a la política. Sin embargo, tomó una posición pública contra la dictadura represiva de Franco. Fue uno de los artistas que encabezaron la campaña Gernika 70 en apoyo de los dieciséis acusados en el histórico juicio de Burgos. Y fue candidato al Senado por la izquierda vasca en las primeras elecciones democráticas de 1977.
En algún momento pensó en donar su legado artístico a la comunidad vasca, pero no se entendía con el Partido Nacionalista. Hacia 1992, había decidido darlo todo al pueblo de Navarra, dentro de un Museo Oteiza que sería creado junto a su antigua granja en Alzuza, cerca de Pamplona.
Oteiza había descubierto Alzuza en los primeros años setenta y solía retirarse a las colinas de Navarra desde su residencia costera en Zarautz. Una controversia bastante antiestética ha lastrado el proyecto de museo. Hubo una crisis en la fundación constituida para gestionarlo, y el Patronato se dividió entre los amigos del artista y los aliados del gobierno de Navarra. En un momento dado, Oteiza dijo que ya no quería que el museo llevara su nombre. Resolver este contencioso puede costar años.
Sus últimas exposiciones no fueron una “vuelta” a la escultura: en realidad, nunca la dejó. La mayor parte de las obras proceden de una reserva de maquetas a pequeña escala hechas entre 1955 y 1975 con madera, estaño y tizas. Otros ejemplares serán reproducidos a tamaño natural en el futuro. En el País Vasco y en otros lugares han hecho recientemente varios monumentos públicos basados en sus trabajos. El 19 de octubre de 2002 fue inaugurada en el Paseo Nuevo de San Sebastián una masiva versión en acero de “Construcción vacía”, una de las piezas que habían triunfado en São Paulo cuarenta y cinco años antes. Se encuentra en un extremo de la playa, a buena distancia de los Peines del Viento de Chillida.
Otra instalación reciente, en Bilbao, ha sido la “Variante ovoide de la desocupación de la esfera”, una de las piezas de su serie de esferas ahuecadas de 1958. La aparición de otros trabajos suyos a la luz del día aumentará póstumamente su estatura, probablemente sin eclipsar la estrella de Chillida.
En 1938 se casó con Itziar Carreño. Su esposa murió en 1991 y, desde la pasada década, una tumba del cementerio de Alzuza ha estado señalada por dos cruces, con los nombres de Itziar Carreño y Jorge Oteiza. Hacia el final de su vida, el artista solía descolocar a sus interlocutores exclamando: “¿Jorge Oteiza? Ese hombre murió hace años”.
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Jorge Oteiza Embil, escultor y escritor:
nació en Orio, el 21 de octubre de 1908;
se casó en 1938 con Itziar Carreño Etxeandia (fallecida en 1991);
murió en San Sebastián, el 9 de abril de 2003.
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