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13 de enero de 2002

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Me llama por la mañana temprano Rafa Marsans

para recordarme la fecha,

que a mí me hubiera pasado totalmente desapercibida,

y me propone almorzar los cinco juntos para celebrarlo.

Llegamos a la cita, con rigurosa puntualidad,

Tei Elizalde,

Enrique Vernis,

Manolo Maristany,

Rafa Marsans

y yo, aquellos cinco muchachos

que partimos ilusionados hace cuarenta años,

reconvertidos ahora en reposados abuelos

dispuestos a emocionarse recordando viejos tiempos.

Ninguno de nosotros había cumplido aún los treinta, teníamos una vida por delante y toda la osadía de la juventud. Africa representaba para los cinco un continente virgen, desconocido, que nos garantizaba todas las aventuras que pudiéramos fantasear. Mi empeño por emprender una larga travesía en moto se había forjado tres años antes y a punto estuve de intentarlo en solitario cuando marché a Hong Kong para participar en la Operación Junco, aquella otra locura en la que nos trajimos un junco desde Hong Kong hasta el Mediterráneo.Pretendía entonces realizar el trayecto Barcelona-Hong Kong en mi pequeña Montesa 125 cc y regresar luego en el junco, un delirio posiblemente inalcanzable, pero que quedó frustrado por el servicio militar y un inoportuno ingreso en el calabozo por haberme escapado a Sevilla para participar en una carrera de motos, y sólo la amnistía concedida por la elección del nuevo Papa, Juan XXIII, me permitió llegar a tiempo de embarcar, ya en avión, hacia Hong Kong.

Tres años más tarde, y a pesar de haberme pasado once meses navegando por mares desconocidos, mi sed de aventuras no parecía haberse colmado, seguía viva. Además, yo era, sobre todo, motorista, y éste iba a ser mi gran reto. Se lo propuse a Pedro Permanyer, presidente de Montesa, como lanzamiento del nuevo modelo que estaba diseñando Leopoldo Milá y que, finalmente, se bautizó con el nombre de Impala. Ellos pusieron las motos y el 50% del presupuesto. El aceite Wynn’s puso el resto, y nosotros todas nuestras energías, ilusiones y sueños, durante tres divertidos y emocionantes meses que no nos defraudaron.

Lo recordábamos con cierta nostalgia el otro día: nuestro encuentro con la tribu de los tongas y su rey Siansale, con los masai en Kenya, o con las temibles tribus nómadas del desierto de Sudán, la primera visión del Kilimanjaro, el cruce del Ecuador, la llegada a Abu Simbel, los incontables pinchazos, el rugido de los leones en la noche que sólo los ronquidos de Rafa podían ahuyentar, nuestra anticipación al Dakar… Hoy atravesar Africa es quizás más asequible, pero hace cuarenta años, la precariedad de la técnica y de los caminos permitieron que la «gran» aventura fuera aún posible.

Me los miro uno a uno mientras comentamos las diferentes anécdotas y no me parece que hayan cambiado tanto. Tei sigue como entonces, juicioso y pragmático. Enrique es aún hoy el más ocurrente y chistoso. Manolo, el hombre polifacético, sabe de todo, y Rafa es, como siempre, un tipo demoledor y vital. Yo, en cambio, me reconozco poco en aquel joven veinteañero, decidido, obstinado, fantasioso e ingenuo, y a mis sesenta y cinco años siento como si mis ansias de quemar energías se hubieran desfogado. Ya no sueño con atravesar continentes en moto, ni surcar océanos, mi gran aventura está ahora en otra parte, escribir quizás mis memorias, tener salud y vivir en paz con la gente que me quiere.

Se cumplen cuarenta años del inicio de la Operación Impala, una aventura apasionante que nos llevó a cinco amigos a atravesar Africa en moto, desde Ciudad del Cabo hasta Túnez, en 1962.

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