Ilustración de Pep Tur
Ultima Hora, FDS, 28 de marzo de 2003
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Hace bastantes años me contaron la siguiente historia china:
Erase una vez un niño que recogió una golondrina con un ala rota. La llevó a su casa y la cuidó hasta que estuvo restablecida. En vez de irse volando, el ave lo condujo hasta un huerto. Allí tocó una calabaza con el pico. El niño la abrió y dentro, en vez de semillas, había monedas de oro.
Cuando el suceso se hizo público, otro niño se fue al campo, apedreó la primera golondrina que se le puso a tiro, la levantó del suelo y la curó. Cuando el pajarito pudo volar, lo llevó a otro huerto y le indicó otra calabaza… pero estaba llena de carbón.
Está muy bien eso de paliar los efectos de los desastres que afligen al Tercer Mundo. Aliviar los males concretos de las personas físicas reduce un poco el mal total del planeta. El problema es que a veces las catástrofes no son naturales, sino artificiales. Y más de una la causan los dirigentes del Primer Mundo.
A veces me pregunto por cuál de los dos esquemas mentales se rige tanto ser humano caritativo como hay por aquí. Nuestros dirigentes renuevan cada día la opción entre cañones y mantequilla… a favor de los cañones, claro.
Esto no era más que un cuento chino… Ya sabe usted que durante la guerra del Vietnam el ejército americano usó masivamente lanzallamas, bombas de napalm y otros agentes incendiarios.
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Una de las fotografías más recordadas de aquella guerra es la de una chiquilla sin ropa que corre mientras le sale fuego de la espalda. Aquello era una simple salpicadura de napalm.
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Más o menos por las mismas fechas, algunos bonzos budistas se suicidaban rociándose con gasolina y prendiéndose fuego ellos mismos.
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Total que unos estudiantes que protestaban contra aquella guerra en una plaza de alguna ciudad europea cogieron un perro, lo rociaron con gasolina y lo quemaron vivo. Bueno, pues no quiera usted saber la que se armó. De salvajes para arriba, les llamaron de todo. Probablemente se les aplicó alguna ley durísima para la represión del maltrato a los animales. Y muy bien aplicada, oiga, pero… ¿y la niña? ¿Y los bonzos? ¿Y los guerrilleros del Vietcong que ardían como yesca humana bajo las bombas incendiarias? Pues ahora, lo mismo. La raíz del mal es el culto al becerro de oro.
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