Ultima Hora,  1 de noviembre de 2000

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Tengo en la memoria una anécdota cuya fuente no apunté en su día. Quizá sea inventada. Bueno, aquí está… Cierto señor Ministro de Hacienda hizo su propia declaración de la renta, llamó a un inspector y le dijo que se la repasara. El funcionario, sin buscar mucho, detectó seis errores. El señor Ministro quedó pensativo, y le dijo que él no era tonto, que tenía un título universitario y que era el Ministro. Si él no había sabido hacerla, es que aquello era demasiado complicado. Y que ya podían ponerse a trabajar para que fuera más sencillo. La historieta termina diciendo que éste fue el origen de la declaración supersimplificada. Se non é vero, é ben trovato…

Yo soy partidario de la implantación de un sistema nuevo de transporte público en Eivissa. Mientras llega el día feliz de la inauguración, tampoco es cosa de no hacer nada por paliar los inconvenientes del actual modelo de movilidad. Cada verano se echan a los caminos de Eivissa unos cuantos miles de coches de alquiler. Van conducidos por personas que a veces no saben a dónde van. Por eso no saben por dónde ir. Tampoco conocen el coche que les ha tocado. Ni los idiomas que hablamos aquí. A veces vienen de países donde se circula por el otro lado de la carretera. Bueno, es normal que tengan dificultades y que las causen a los demás.

Viendo todo eso, uno piensa que conviene hacer más fácil la circulación en automóvil por Eivissa. Las numerosas autoridades competentes habrían de tenerlo entre sus prioridades. Pues no estoy yo muy seguro… Pasos de peatones, rotondas, giros prohibidos, giros forzados, sentidos únicos de circulación, limitaciones de velocidad, prohibiciones de aparcamiento, etcétera… todo se arregla pintando el suelo. Como unas rayas sobre el asfalto no controlan el movimiento de los automóviles, a veces pasan cosas.

Aplicando las sabias doctrinas del profesor Franz de Copenhague, aquí va una sugerencia. No crea usted que es cachondeo. Jamás hago bromas con estos asuntos. Como máximo, un poco de humor negro. Aquí va: un día tranquilo del próximo invierno, usted y yo salimos a dar una vuelta en coche con un ingeniero de tráfico y un niño de seis años. Yo conduzco, y cada vez que algo me parezca raro o difícil, el ingeniero le explica al niño por qué aquello es así. Usted toma nota del diálogo. Después, usted y yo nos leemos sus apuntes y le preguntamos al niño lo que ha entendido. Todo lo que no haya captado, tampoco lo verá el conductor del coche de alquiler. Hacemos una lista con los puntos oscuros y se la damos al ingeniero.

Por cierto, ¿usted es Ministro? ¿No? Lástima… Bueno, otro día, si usted quiere, seguiremos hablando de los problemas del transporte. Hasta que podamos hacer algo más práctico para resolverlos…

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