Ilustración de Pep Tur

Ultima Hora,  FDS,  11 de abril de 2003

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Los vehículos suelen componerse,

entre otras cosas,

de un motor,

un depósito de combustible,

una carga útil

y un sistema de guía,

que puede ser manual, automático

o una mezcla de las dos cosas.

Un misil es un vehículo especializado.

La carga útil es… la cabeza de guerra,

que puede ser una bomba convencional o…

cosas aún peores, que resulta superfluo enumerar.

Al parecer, el ejército iraquí tuvo, antes de la guerra, unos cuantos misiles del modelo «Al Samud II», nombre que se traduce por algo así como «tozudez». Según ellos, no llevaban ningún tipo de sistema de guía. A primera vista, no se comprende para qué puede servir semejante cosa. Hasta los cohetes de los fuegos artificiales tienen algo para mantener la dirección, aunque no sea más que un junquillo seco. Así evita usted lo que le ocurrió a Hernán Cortés. Sus artilleros hicieron una catapulta para asediar una ciudad. Por algún fallo técnico, el proyectil salió vertical y cayó… sobre la propia máquina, destruyéndola. No tiene sentido disparar un arma sin saber dónde va a dar el pepinazo.

Durante la guerra de Vietnam, los americanos enviaban sus B-52 sobre Hanoi y Haiphong. Soltaban a voleo miles de bombas «tontas», sin sistema de guía. La idea era «saturar» el objetivo tirando muchas, hasta que cada yarda cuadrada recibiese al menos un impacto… por pura estadística. Tenían equipos electrónicos para interferir muy eficazmente los controles de los misiles antiaéreos norvietnamitas.

En diciembre de 1972, los «Viets» se cansaron de hacer el tonto y desactivaron los sistemas de guía de los misiles, para lanzarlos… a voleo. Igual que cohetes de feria. Con tan pedestre método derribaron quince B-52 en cosa de un mes. Después, los americanos se lo pensaban más antes de las célebres «escaladas». Será por eso que han insistido tanto en que los iraquíes habían de desmontar esos famosos misiles incontrolables. Para enviar los B-52 a Bagdad sin más historias. Ahora tiran bombas «inteligentes», con sistema de guía, para producir un mínimo de «daños colaterales». Tendrán que cambiar de eufemismo, porque ya no caben más cadáveres debajo de éste.

En teoría, casi todos estamos de acuerdo en que las guerras son una locura. Pero hacemos otro ejercicio de «doublethink», doblepensar, y decimos que son inevitables, inherentes a la naturaleza humana. Pues eso también será en teoría. Por citar un ejemplo próximo, ciertos cambios económicos y políticos que en nada afectan a la naturaleza humana han vuelto impensable una guerra entre Alemania y Francia. Y ya ve usted cuántas hubo, hace históricamente cuatro días. Tal vez otros cambios económicos y políticos puedan evitar guerras como la que nos ocupa.

Por primera vez hay un movimiento planetario contra una guerra concreta. No hemos conseguido pararla. Pero estamos reflexionando sobre lo que dan de sí los sistemas de guía de la democracia representativa, que nos han llevado «automáticamente» a un conflicto bélico que no deseaba casi nadie. No importa cuántos millones de ciudadanos hayamos estado en contra: no hay modo de poner el sistema de guía en «manual».

La raíz del mal es el culto al becerro de oro.

Dígame usted qué piensa sobre las formas de «reconducir» los conflictos.

Todos vamos en el mismo barco.

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