17 de Marzo de 2017

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En el centro de Vila
entro en el bar Concord.
Miquel, su alma mater,
está disertando a su atenta parroquia
acerca de la vida de un ibicenco de pro:

Jaime Prats Cardona.

Aún no hace un siglo emigra a la Argentina un joven labriego analfabeto. Tiene ganas de progresar. En su isla natal las oportunidades de progreso son prácticamente nulas. Se instala en la provincia de Santa Fe.

Este chico al abandonar Ibiza debía ignorar que iba a un lugar con abundantes escuelas gratuitas. Comenzó a estudiar y terminado el bachillerato se inscribió en la Universidad del Litoral, donde termina la carrera de abogacía.

En 1931 comienza una larga carrera en la judicatura y la docencia universitaria. La docencia la ejerció en tres universidades: El Litoral, Católica y del Salvador,  amén de ciclos de conferencias.

En 1965, con la moralina de la época, publica en la Revista Jurídica Argentina «La defensa del pudor público en la obra cinematográfica». Si retrocedemos a los años cincuenta vemos que en la mayoría de los filmes americanos, los matrimonios duermen en camas separadas. Solamente en las películas francesas las parejas se revuelcan en un lecho matrimonial.

En este ambiente las autoridades militares combatían los vicios de usar el pelo largo y barba. Tenían miedo del contagio de Fidel Castro.

A principios de los setenta, el artesano y ceramista Ocampo regresa a Buenos Aires para una visita familiar después de estar varios años trabajando en su taller de Dalt Vila.

Al llegar el momento de su regreso a la isla tiene que renovar el pasaporte. La policía le informa de que tiene que afeitarse, ponerse una camisa «normal» y usar corbata. En la discusión termina interviniendo un ministro de su Rioja natal para suavizar las cosas.

El día señalado fuimos al Departamento de Policía. Ocampo llevaba una chaqueta de mi hermano que tenía medio metro más de altura y a él le quedaba como una levita. Además, llevaba una corbata mía anudada al cuello al estilo de los Manhattan Transfers.

Cuando los jóvenes de hoy se quejan no se imaginan de qué esperpento de vida se han librado.

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