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Dedicado a S.F.,

con mis votos por una pronta y total recuperación

Última Hora, 1 de Noviembre de 2003

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No sé si ha leído usted un artículo mío

que titulé «Rotonda y collarín«.

Está a su disposición en mi site. Mi tesis es que las secuelas de los accidentes de tráfico están deteriorando nuestra calidad de vida de modo general y permanente. Una de las manifestaciones visibles de los siniestros que causa nuestro modelo de movilidad es el collarín. Otra, la silla de ruedas. Las muletas están a medio camino entre esas dos cosas.

Antes de la generalización del automóvil también había accidentes con secuelas graves. Los tullidos solían quedar reducidos a la mendicidad. Ahora, cualquiera de nosotros puede verse en un instante en unas condiciones que tal vez no lleguen a ser «incompatibles con la vida», como dicen esos pintorescos partes médicos del SAMUR. Ni tan terribles como la de aquellos mutilados de hace… no tanto tiempo. Pero sí pueden resultar invivibles. La cosa depende en gran medida de cómo defina usted eso de «la vida», así, en abstracto. No se puede subestimar la influencia de los clichés lingüísticos sobre la vida – sin comillas – de los seres humanos de carne y hueso.

Quisiera recordar hoy, y dejar memoria, de la curiosa coincidencia de que dos de los candidatos a primeros ediles de dos de los, ay, demasiado numerosos ayuntamientos de esta isla hicieran la última campaña electoral provistos de unas aparatosas muletas. Fueron Virtudes Marí Ferrer, primera de la lista del PP para Eivissa, y Josep Marí Ribas, «Agustinet», primero de la del Pacte para Sant Josep.

Otra coincidencia: no ganaron. Tal vez la cojera les restó votos. Verá usted, yo también sigo pasando por lo de la fisurita sin importancia en un menisco de la rodilla derecha. Me tuvo semanas sin poder subir escaleras y meses en rehabilitación. Ahora mismo hace más de un año, y es lo primero que me viene a la cabeza cada mañana. Al poner el pie en el suelo, la rodilla me duele. Cada día. De manera que estoy muy sensibilizado con todo eso de las barreras arquitectónicas. Lógico: cada vez me molestan más. Con los traumatismos… y con los años.

Y aquí es donde quería hacerle una pequeña observación. Tal vez todas esas barreras no sean tan, digamos, inconscientes. Es como si hubiera una voluntad colectiva de excluir socialmente a los minusválidos y a los ancianos. Larguísimas escaleras, empinadas rampas, aparatos que requieren las dos manos para emplearlos, y a veces tres, etcétera… todo eso conspira contra las personas que, por la razón que sea, tienen dificultades para mover su propio cuerpo. A veces son pasajeras… Espero que las de Virtudes y Agustinet ya sean sólo un mal recuerdo… Pero en muchos casos son permanentes. Por malformaciones congénitas, o como secuela de accidentes, digamos, «normales» o de tráfico. Cada vez hay más, porque suelen ocurrir a edades tempranas. Esto es acumulativo.

Ya sabe usted que yo no tengo mucha fe en la capacidad de las instituciones para enfrentarse a los problemas diarios de la ciudadanía. En mi opinión, crean más de los que resuelven… si es que de verdad consiguen arreglar alguno del todo. Aún así, estoy seguro de que estos dos concejales harán lo que esté en su mano por mejorar la accesibilidad en sus ciudades y la movilidad de quienes usan muletas. Y ya puestos, la de usted y la mía también.

 

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