Ultima Hora, 7 de febrero de 2003
Alfonso Samper (Caseras, Tarragona, 1944) ha seguido una trayectoria movidita y de lo más variada. Su clara pasión por el mar le llevó en 1977 a dejar la corbata y el maletín de ejecutivo para enrolarse en un viejo barco de pesca de altura. Entre sus trabajos destacan dos libros documentales, con fotografías propias, sobre la pesca del tiburón en la costa atlántica y africana («Pescadores de tiburones» y «Tiburones y grandes peces»), y «Paralelo 7», un relato de vida marinera. En 1984 escribió «Isla Blanca», sobre veinte personajes ibicencos anónimos y de fuerte personalidad. En 1991 Planeta publicó «Tendrán que ser crisantemos». Tiene varias obras inéditas.
Nació en Caseras (Tarragona) hace 58 años y descubrió la isla con 18. Por un tiempo, publicó con los mejores editores, pero al no tener que vivir de lo que escribe puede permitirse el lujo de sentirse libre ante la creación.
Eivissa sigue siendo refugio de personajes más o menos inclasificables, por su personalidad, estilo o principios vitales. Uno de ellos es Alfonso Samper, catalán de nacimiento e ibicenco de adopción voluntaria. Un humanista mediterráneo, en la más amplia acepción del término. Marinero, deportista, reportero, cronista, narrador… A principios de los 90, la poderosa editorial Planeta le publicó «Tendrán que ser crisantemos» en una de sus colecciones importantes; la novela tuvo buenas críticas, pero poco tirón comercial, porque no es Samper amigo de componendas ni sometimientos a la ley del mercado.
Sin embargo sí es fiel a Eivissa, una isla que conoció con 18 años, mientras «mis compañeros de estudios de Barcelona se iban a conocer el mundo. Yo elegí la isla; pensé que ya tendría tiempo de conocerlo todo; preferí aprovechar este paraíso tan al alcance de mi mano», explico a este periódico. Ha llovido mucho desde entonces, y tras realizar casi todos los sueños de juventud en los más dispares horizontes sigue teniendo Eivissa como centro de gravedad. «Parodiando un título de película, me siento atrapado en el paraíso, que ya ha dejado de serlo. Si continúo aquí es porque me atan valores emocionales».
Una fidelidad cuyo punto de ruptura podría haberse producido.ya. «La alternativa sería marcharse; pero ¿a dónde, para hacer qué? Tengo amigos que lo han hecho, pero la mayoría lo ha lamentado; porque sí, se ha perdido mucho, lo mejor, pero también nosotros envejecemos. Hay algo profundo que nos une a la isla, esa amalgama de pasado, de emociones que te atan a ella y están dentro de ti. Un valor así no lo vas a encontrar en ninguna parte», comenta con vehemencia, involucrando al interlocutor en sus reflexiones íntimas.
Un testimonio singular de esa querencia lo dejó reflejado en «Isla Blanca. Historia mágica de los últimos robinsones ibicencos» (Argos Vergara), en la que cuenta la vida de 20 personajes anónimos pero de fuerte personalidad. «Fue un trabajo de campo con tipos reales, pobres pero con dignidad; algo que ahora echo a faltar. También tengo otro sobre la historia de Eivissa desde sus orígenes, con todas las civilizaciones que han pasado por aquí». Pero no se considera Alfonso Samper «un escritor al uso en cuanto a profesionalidad, pues no vivo de la literatura». Para él, «ha sido un reto intelectual que he tenido ocasión de realizar». «Hubo una época en que todo se me publicaba en las mejores revistas de la época, donde sacaba los reportajes de mis viajes. Aunaba deporte con literatura, viajaba mucho y tenía todo vendido; era un complemento de las cosas que me ha gustado hacer».
Tampoco parece que la nostalgia sea un referente insalvable en su vida. Sigue activo; por ejemplo, próximamente aparecerá en Nueva York una novela suya traducida al inglés. ¿Es que ahora tiene dificultades para publicar en España? «Pues sí, porque lo que hago no se circunscribe a ninguna moda, ideología, patrón establecido o grupo de presión». Y no cree en los premios. «Son un fraude por definición. Lo sé desde dentro, porque también he organizado alguno. Es así, la política llega hasta el último rincón», apunta convencido.
Con todo, el desencanto no parece hacer mella en su ánimo. «Con los años se ha producido una metamorfosis maravillosa, la de no tener necesidad de demostrar nada ni de llegar a ningún sitio.» «No es aquello de que como no me quieren os desprecio, sino más bien una opción interior de libertad, de dignidad y de amor propio. Una rebeldía que cree que no merece la pena la lucha contra la mediocridad y unos intereses que no comparto», concluyó.
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