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Vayamos por partes. En primer lugar, depende del burro. Puede ser grande o pequeño, joven o viejo, fuerte o flojo, burro o burra, etcétera. También influye la naturaleza de la carga. A igualdad de peso, no es lo mismo llevar paja que piedras. Luego está el camino; si es bueno o malo, si es cuesta arriba, etcétera. Y no olvidemos las albardas. Han de ser cómodas de llevar y tan ligeras como sea posible.

Repasando lo dicho, vemos que casi todo se puede controlar en alguna medida. El burro es el que es, pero si está bien alimentado y bien cuidado, trabaja mejor. En cuanto a la carga, el arriero ha de equilibrarla: si está bien distribuida, el burro puede llevar más. Los caminos también son los que son, pero como todos llevan a Roma podemos escoger el que más nos convenga. La sabiduría popular nos dice que lo mejor es dejar que lo elija… el burro, naturalmente. En otros tiempos, para trazar una carretera soltaban uno y la hacían por donde pasaba el animalito. Ahora, como quedan tan pocos, hay que contratar ingenieros. Y por último, podemos decir que a más albardas menos carga útil. Por eso han de ser ligeras.

Al estudiar la cuestión, hemos hallado un factor importante que no estaba en la pregunta, a saber, el arriero. Si es competente, sabrá cuánto puede exigir a cada burro, cómo repartir la carga entre ellos, cómo hablarles, por dónde ir, el peso adecuado de las albardas, etcétera. No se puede subestimar la importancia del arriero en la correcta gestión de la recua.

Naturalmente, estos razonamientos se pueden aplicar a otros casos. Por ejemplo, a cómo satisfacer la demanda de movilidad en y entre Eivissa y Formentera.

Yo empecé a reflexionar sobre el problema de la carga del burro cuando pertenecía a cierta organización, años ha, en tiempos de cierto general de cuyo nombre no quiero acordarme. En aquella época, las asociaciones no legalizadas eran por definición ilícitas y por lo mismo clandestinas. Estar siempre bajo amenaza es una albarda enorme. Había de invertir usted una cantidad increíble de su energía en medidas de seguridad. Y la represión obliga a rebajar los planteamientos. Pongamos por caso que montaba usted una manifestación para pedir un descuento en el precio del autobús. Como estaban prohibidas, la policía se llevaba detenidos a unos cuantos. Y la próxima ya la tenía que hacer usted sólo para pedir que los soltasen.

Y fundar una asociación legal no era muy diferente. La famosa Ley de 1964 les ponía sobre el lomo unas pesadísimas albardas de burocracia. Les revisaban los estatutos con lupa. Y los tenían que cumplir. La Brigada Político-Social podía asistir a las reuniones. Y asistía, con resultados a veces harto desagradables.

Y la democracia no ha suprimido aquellas albardas, sino que les ha puesto otras encima, para su debido control fiscal. Hacienda no puede creer que un grupo de ciudadanos sea capaz de hacer lo que sea sin ánimo de lucro. Por lo tanto, son defraudadores aunque demuestren lo contrario.

Una «organización no gubernamental» es tanto menos productiva cuanto más tiempo consuma en rellenar papeles para cumplir las obligaciones formales que le imponen las Administraciones competentes. El trabajo de los voluntarios es un bien escaso. Cuando se despilfarra, la gente se «quema». Eso cuadra perfectamente con la mentalidad de los burócratas, que desconfían por principio de la libre iniciativa de los «administrados», faltaría más…

Y es que hay que fomentar una mentalidad de intervención. Si usted ve que algo está mal, vaya y arréglelo. Si dimite de sus responsabilidades, y espera que las cosas se enderecen solas, o que las resuelva alguna de las numerosísimas Administraciones competentes, no se extrañe si pasa el tiempo y todo sigue igual. O peor.

Por todo eso hemos de fundar una sociedad anónima. Sirve para reunir los capitales, construir el Aerobus y gestionar las líneas. Y es la forma de hacerlo con el mínimo de albardas, porque todo el mundo encuentra perfectamente normal que usted y yo nos asociemos sólo para ganar dinero.

Otro día, si usted quiere, podemos hablar de algunas condiciones necesarias para que nuestra empresa tenga éxito. Por ejemplo, hay una pregunta que no es baladí: ¿de cuántos euros han de ser las acciones?

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