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The Athenian Trireme – The history and reconstruction of an ancient Greek warship
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Usando como marco de referencia el «Decreto de Temístocles» del 481 a.d.C., hemos podido identificar los diversos miembros de la tripulación de un trirreme ateniense en los siglos quinto y cuarto, y añadiendo otros datos, procedentes en su mayor parte de los historiadores griegos contemporáneos, hemos podido cubrir con algo de carne los huesos mondos de la identificación. Esto nos da la información que precisamos sobre cuántos hombres debemos acomodar en nuestra reconstrucción, y sobre las partes del buque en que se hallaban los puestos de trabajo de los componentes de la hyperesia.
En el siguiente capítulo trataremos de la naturaleza del sistema de remos y, por consiguiente, de la disposición de los remeros. Podemos concluir este capítulo viendo un segundo documento, que da una visión única del lado humano del servicio naval en la edad del trirreme. Es un discurso escrito a mediados del siglo cuarto para el banquero Apolodoro de Acarnas, o posiblemente por él mismo. A su familia le habían concedido recientemente la ciudadanía ateniense, y se había presentado voluntario para trierarca con un entusiasmo conmovedor. Su buque fue dado de alta en el año 362, y formaba parte de un escuadrón enviado al nordeste del Egeo para explotar los recientes éxitos de Timoteo, el hijo de Conón, al mando de una flota de la Segunda Liga Ateniense. El discurso da una amplia visión de lo que era ser trierarca en una flota de la Liga en aquellos años. Añade un toque de realismo «con los pies en el suelo», que difiere bastante de las proclamas optimistas sobre la fuerza naval ateniense que hacían Demóstenes y otros políticos de la época.
Apolodoro litiga contra Policles, el hombre que ha de reemplazarle en el mando del barco tras su año de servicio, para que le pague los gastos extraordinarios en que ha incurrido: Policles no se hizo cargo de la nave hasta cinco meses y seis días después de la fecha debida. Apolodoro describe el despacho de su barco. «El día vigésimo cuarto de Metageitnion (agosto / septiembre) en el arcontado de Molón, se celebró una Asamblea. Muchos asuntos de importancia fueron expuestos ante vosotros. Decidisteis que los trierarcas deberían botar sus barcos. Yo era uno de ellos. No necesito recordaros la urgencia que apremiaba a la ciudad en aquella ocasión». Pero lo hace, naturalmente: el suministro de trigo del Mar Negro estaba amenazado. «Decidisteis que los trierarcas botasen sus barcos y los llevasen al muelle (el choma en Muniquia, un muelle artificial donde los apostoleis daban el visto bueno a las expediciones), que los consejeros y los demarcas hicieran listas de los hombres de los demos y roles de marineros, que los barcos fueran despachados sin demora y que se enviaran refuerzos a nuestros aliados en los diversos escenarios de la guerra».
No nos ha llegado el número de naves que componían el escuadrón, pero la misión que debía cumplir está clara: expulsar a Alejandro, tirano de Pherae, de la isla de Tenos (miembro de la Liga), aprovechar la ocasión para inmiscuirse en los asuntos del reino de Tracia, y proteger los barcos de trigo que venían del Mar Negro de las intercepciones de Bizancio, Calcedonia y Cízico. A pesar de ser técnicamente miembros de la Liga, estaban al borde de la defección. El objetivo de la intervención en Tracia era recuperar el Quersoneso, que los atenienses siempre consideraron de vital interés, por su situación que dominaba el Helesponto. Al parecer, el barco de Apolodoro formaba parte de la fuerza enviada al nordeste del Egeo. En el discurso no dice gran cosa sobre lo que hizo durante su período efectivo como trierarca, porque su finalidad es enumerar las misiones que tuvo que cumplir, y los gastos que tuvo que hacer, en el período adicional de cinco meses y seis días.
Ahora podemos volver a la descripción de los trámites previos a la partida de la escuadra. «Cuando los remeros alistados por los demarcas no aparecieron, aparte de unos pocos que no servían para nada, los despedí; hipotecando mis bienes y pidiendo dinero prestado, fui el primero en enrolar una tripulación para su barco, contratando los mejores remeros que pude conseguir, y dándoles buenas primas y anticipos a todos». Parece que el método normal de asignar remeros a los barcos ya no funcionaba, así que había que recurrir al mercado libre. Los remeros sólo cobraban la paga completa al volver al puerto base, como ya hemos visto. «Además, equipé el barco con aparejos enteramente a mi cargo, sin sacar nada de los almacenes públicos, y los aparejos eran los mejores y de aspecto más magnífico de toda la flota. En cuanto a los auxiliares (hyperesia), contraté los mejores que pude encontrar». Además de los gastos de la trierarquía, Apolodoro dice que también pagó las contribuciones especiales que se imponían para cubrir los costes de la expedición naval. Este pago se consideraba un deber, como la trierarquía, que incumbía a los hombres de fortuna, y como trierarca en ejercicio no estaba obligado a efectuarlo.
En otros dos discursos de este período se hacen afirmaciones similares. Uno es «Sobre la corona trierárquica», de Demóstenes; del otro, «Contra Euergo», no nos ha llegado el nombre del autor. Se colige de estos discursos que la primera obligación del trierarca era botar el barco que le había tocado en suerte; la segunda, tripularlo con remeros; la tercera, aparejarlo con remos, mástiles, velas, cordajes, etcétera, que podía retirar del almacén público o conseguir por su propia cuenta; la cuarta, enrolar los miembros de la hyperesia (timonel, proel, contramaestre, etcétera); la quinta, llevar el barco «al muelle» para que lo inspeccionasen los oficiales (apostoleis) nombrados para dar el visto bueno a la expedición; y por último, hacer las pruebas de mar del barco.
Teóricamente, los remeros del barco de Apolodoro deberían haber sido hombres de las listas de los demarcas, llamados a filas. Pero los que le mandaron no eran suficientes en número ni lo bastante buenos para Apolodoro, que tenía el entusiasmo y el orgullo del nuevo ciudadano ateniense, y los recursos de un banquero. Así que contrató la mejor tripulación que pudo conseguir. Fue un error, como explica luego:
«Deseando una buena reputación, el caso fue que en la misma medida en que había tripulado el barco con buenos remeros, la cifra de deserciones en mi barco era la más alta de la flota. Los que servían alistados con otros trierarcas se quedaron con ellos, esperando un seguro retorno al hogar, mientras los míos, llenos de confianza en sí mismos porque eran buenos manejando el remo, desembarcaban en los lugares donde esperaban ser contratados con mejor paga».
Al parecer, el general al mando era responsable de repartir dinero para avituallar a los remeros (y seguramente al resto de la tripulación también), tanto si provenían de las listas de los demarcas como si habían sido contratados por el trierarca. Pero no siempre lo hacía, o no siempre estaba en condiciones de hacerlo, y en bastantes ocasiones estos pagos tenía que hacerlos el trierarca «porque si no comían, no podían bogar».
El comandante ateniense de la flota de la Liga, compuesta generalmente de barcos atenienses, tenía que cobrar una contribución (syntaxeis) de los miembros de la Liga en la región donde estaba operando por cuenta suya y para su protección. Los importes los decidía el Consejo de la Liga. Y en aquella época muchos miembros recibían presiones exteriores para abandonarla; es comprensible que los pagos no fueran demasiado puntuales.
Además, Apolodoro tuvo que contratar los miembros de la hyperesia de su nave, que en teoría también deberían estar prestando servicio militar.
Aquí parece que están incluidos los diez hoplitas o infantes de marina (epibatai), aunque en otro punto del discurso se les menciona aparte del resto de la hyperesia.
A la vista de toda esta entusiástica provisión, no es extraño que el general escogiera la nave de Apolodoro como barco insignia, y que la emplease en varias misiones especiales, por su mayor velocidad. Tampoco es extraño que el sucesor que le tocó en suerte no tuviera prisa por hacerse cargo del barco, que tenía unas prestaciones sobresalientes, y por eso mismo salía mucho más caro de mantener en el mar que los trirremes normales.
Todo lo que dice Apolodoro sobre su año como trierarca es lo siguiente:
«Es de común conocimiento que hay dos cosas que acaban con un trirreme: la primera, que el trierarca no vea que sus hombres cobren la paga, y la segunda, que la nave vuelva al Pireo durante la campaña, porque hay muchas deserciones y los remeros que no desertan se niegan a volver a bordo, a menos que el trierarca les ofrezca más dinero para subvenir a las necesidades de sus familias. Estos dos desastres me sucedieron… No recibí paga alguna de los generales durante ocho meses, y navegué hasta el Pireo trayendo embajadores porque mi barco era el más rápido, y luego fui de vuelta al Helesponto cuando el pueblo me confió la misión de llevar allí al general Menón, para que reemplazase a Autocles, que había sido destituido por la Asamblea».
Tuvo que contratar sustitutos para los desertores, pagando grandes primas y anticipos, y dar a los que no le habían abandonado «algo que dejar en casa para mantener a sus familias».
Apolodoro es más explícito sobre los servicios que tuvo que cumplir después de su año como trierarca. Su nave era parte de una fuerza bajo el mando del general Timómaco que operaba en los Estrechos. Fue allí donde sufrió la elevada cifra de deserciones de la que se queja. Después le ordenaron zarpar hacia Crimea y escoltar un convoy de naves de cereales, porque se habían recibido noticias de que los bizantinos y los calcedonios que controlaban el estrecho del Bósforo «estaban obligando otra vez a los mercantes a entrar en sus puertos y desembarcar sus cargamentos». El general no desembolsó el dinero de las pagas, pero Apolodoro consiguió fondos de dos atenienses de Sestus con su crédito como banquero, y envió a su sobrecargo Euctemón a Lampsaco, con dinero «y cartas para los corresponsales de mi padre», diciéndole que contratase los mejores remeros que pudiera encontrar. A la vuelta de Euctemón recibió la orden de hacerse a la mar, pero el sobrecargo cayó enfermo y Apolodoro tuvo que buscarse otro. Cuando volvió a Sestus después de escoltar el convoy de cereales de otoño desde Crimea, tenía la esperanza de que le dejasen volver a casa, pero «cuando vino una delegación de Maronea pidiendo una escolta para sus barcos de cereales», Timómaco ordenó a los trierarcas que los llevasen a remolque a Maronea, una travesía larga (entre 74 y 78 millas náuticas) por mar abierta. Probablemente los de Maronea tenían derecho a pedir este servicio, por ser miembros de la Liga. Desde allí el escuadrón siguió a Tasos. Después llegó Timómaco, y con ayuda de los tasenses llevó cereales y mercenarios a Stryme en la costa tracia. Se proponía tomar la plaza. Sin embargo,
«la gente de Maronea se puso contra nosotros… y los hombres estaban exhaustos después del largo viaje remolcando barcos desde Tasos a Stryme (43 millas náuticas). Además, el tiempo era malo, la costa no tenía abrigos, y no había modo de bajar a tierra para preparar la cena, porque el país era hostil, con enemigos y mercenarios extranjeros acampados alrededor de las murallas de la ciudad. Tuvimos que fondear, y pasamos toda la noche en la mar, sin comer ni dormir, y en alerta por si los trirremes de Maronea nos atacaban. Además, por la noche hubo lluvia y truenos, y se levantó un fuerte viento (estaban a finales de otoño). Podéis imaginar el resultado, la desmoralización de los hombres, y cuántas deserciones más hubo. Los remeros que estaban conmigo desde el principio (i.e., los reclutados en el Pireo) habían pasado por muchas adversidades y habían sacado poco en limpio después de los anticipos; todo lo que había podido darles, pidiendo dinero prestado, porque el general no estaba pagándoles ni siquiera lo imprescindible para sus necesidades más perentorias (i.e. la plaza en rancho mínima).
La hostilidad del pueblo de Maronea al ataque que planeaba Timómaco es un ejemplo contundente de la «libertad y autonomía» de los miembros del nuevo modelo de Liga ateniense. También es digno de mención que Maronea hiciera que la flota de la Liga le trajese a remolque los barcos de cereales desde el Helesponto, teniendo trirremes propias.
Por fin, después de emplear la nave para varias misiones más, Timómaco decidió enviar la flota al Pireo, puso un adjunto suyo en el barco, en funciones de comandante del escuadrón, y le mandó pagar diariamente la plaza en rancho a los hombres, orden que no cumplió.
En Tenedos, que siempre fue un miembro leal de la Liga, Apolodoro encontró a su sucesor en la trierarquía. No consiguió que se hiciera cargo de la nave, y tuvo que apelar una vez más a sus corresponsales bancarios y pedir dinero prestado para los gastos del viaje de vuelta.
Quizá hayamos hablado ya lo suficiente de las desdichas de Apolodoro, el ciudadano ateniense reciente y rico; al parecer, su comandante y su sucesor explotaron su entusiasmo un tanto ingenuo del modo más desvergonzado. Su discurso, completado con otros textos relevantes del mismo período, nos dice muchas cosas sobre la vida naval de la época, los métodos para despachar una escuadra, las responsabilidades de los trierarcas, las diversas categorías en la tripulación del barco, los detalles de la paga y el avituallamiento, y las vicisitudes del servicio en una nave de la flota de la Segunda Liga ateniense. El punto de vista es único.
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Traducción castellana de Juan Manuel Grijalvo
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Todos vamos en el mismo barco…
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