Campus – El Mundo – 205
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Uno vuelve a preguntarse una y otra vez
qué es lo que hace falta
para que este país amodorrado despierte
o, alternativamente,
qué negra maldición pesa sobre él
para que siempre desaproveche
los ríos de oro que pasan por sus manos.
Dilapidamos el de las Indias en el siglo XVII,
y vamos a malgastar también
el que nos vino con el boom del turismo,
el boom inmobiliario
y los fondos europeos,
tres manás que van dando
signos de agotamiento
o directamente tocan a su fin.
Uno ve por doquier obras faraónicas,
las autovías surcadas por Mercedes y BMW,
los restaurantes cada vez más llenos
y las cabezas cada vez más vacías.
Unos grifos van a cerrárnoslos,
otros acabarán reduciendo su caudal,
y deberíamos saber que el tren
al que nos hemos acostumbrado
sólo lo podremos mantener
si creamos y desarrollamos
el ingenio necesario
para reinventarnos
como país,
como sociedad
y como estructura productiva.
Algo muy grave y muy concreto falla
cuando pese a las quejas unánimes
y los floridos discursos
no terminamos de dar
los pasos que necesitamos,
o incluso damos rotundos pasos atrás.
Si no entendemos que debemos
reinvertir las ganancias en futuro,
en vez de bebérnoslas,
nos espera un duro desierto.
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