Pero pocos días después de mi llegada la verdad penetró en la Ciudad del Horizonte y el faraón tuvo que acogerla en la terraza de su palacio y mirarla cara a cara. En efecto, Horemheb había enviado a Menfis a una banda de fugitivos de Siria, con todo el esplendor de su miseria, para hablar al faraón, y creo que les había recomendado exagerar todavía más sus sufrimientos, de manera que su llegada causó sensación y los nobles enfermaron de miedo y se encerraron en sus casas y los guardias prohibieron a los fugitivos el acceso al palacio dorado. Pero lanzaron gritos y arrojaron piedras contra los muros del palacio, de manera que el faraón acabó oyéndolos y los hizo entrar inmediatamente en el patio.

Y dijeron:

– Escucha de nuestras bocas torturadas los gritos de dolor de los pueblos, porque el poderío del país de Kemi no es más que un fantasma que vacila en el borde la tumba; y el estruendo de los arietes y el horror de los incendios, la sangre de todos los que tuvieron confianza en ti y pusieron su esperanza en ti corre hoy por todas las ciudades de Siria.

Y levantaban los muñones de los brazos amputados hacia la terraza del faraón y decían:

– ¡Mira nuestros brazos, faraón Akhenaton! ¿Dónde están nuestras manos?

Hicieron avanzar hombres con los ojos vaciados y ancianos con la lengua cortada que lanzaban aullidos enormes. Y añadieron:

– No nos preguntes dónde están nuestras mujeres y nuestras hijas, porque su destino es peor que la muerte entre las manos de los soldados de Aziru y de los hititas. Nos han vaciado los ojos y cortado las manos porque tenemos confianza en ti, faraón Akhenaton.

Pero el faraón se tapó el rostro con las manos y tembló de miedo, y les habló de Atón. Y entonces se burlaron de él y lo injuriaron diciéndole:

– Ya sabemos que has mandado una cruz de vida a nuestros enemigos. Han prendido esta cruz del pecho de sus caballos y en Jerusalén han cortado los pies de tus sacerdotes y los han hecho bailar así en honor a tu dios.

Entonces Akhenaton lanzó un grito terrible y el mal sagrado se apoderó de él y rodó por la terraza perdiendo el conocimiento. Los guardias, enloquecidos, quisieron rechazar a los fugitivos, pero ellos resistieron en su desesperación y su sangre corrió sobre las losas del palacio y sus cuerpos fueron arrojados al río. Nefertiti y Meriatón, la frágil Anksenatón y la pequeña Meketatón contemplaban este espectáculo desde lo alto de la terraza, y no lo olvidaron jamás, porque era la primera vez que veían las huellas de la sangre, la miseria y la muerte.

>>>