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Dedicado a Vicent Guasch Roselló
Ultima Hora, 27 de junio de 2005
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En última instancia, todo el transporte de pasajeros es individual. Los seres humanos viajamos muchas veces en grupos, usando transportes colectivos. Son muy útiles, por ejemplo, para ir al fútbol. Los espectadores van al estadio de uno en uno desde sus domicilios particulares. Han de volver a sus casas después del partido. Si hacen todos esos desplazamientos en automóvil, los problemas de circulación aumentan exponencialmente. En algún momento han de aparcar el coche y seguir en otro medio de transporte. Y el último tramo del trayecto siempre se hace a pie.
Yo soy partidario del transporte público. Hoy, si le parece bien, podríamos definir estos dos términos, separados y juntos.
Partiendo de lo concreto, estamos en Eivissa. En verano, el transporte público consiste en unos cuantos autobuses. Los conducen unas personas que trabajan en condiciones manifiestamente mejorables. Los pasajeros van como sardinas en lata. Tardan mucho en llegar, los horarios no nos convienen, las paradas están lejos de casa y de nuestro punto de destino, etcétera. Total que compramos un coche. Ipso facto, inmovilizamos buena parte de nuestro patrimonio en un activo que pierde valor cada día. Como todo el mundo hace lo mismo, pronto nos encontramos todos en los embotellamientos. Ahí nos juntamos con los autobuses. Como están paralizados en el atasco, cada vez son más lentos.
En invierno, la situación es que los autobuses tardan mucho en llegar, los horarios no nos convienen, las paradas están lejos de casa y de nuestro punto de destino, etcétera. Seguimos circulando en automóvil. Y ya tenemos embotellamientos todo el año. Como los coches circulan en promedio cosa de media hora al día, están aparcados más de veintitrés. Las vías públicas resultan ser grandes estacionamientos a la intemperie. Cuando nos hartamos de dar vueltas y vueltas en busca de un lugar libre, compramos una plaza de garaje. Con eso inmovilizamos otra parte de nuestro patrimonio en una finca que se revaloriza… pero no nos proporciona ningún ingreso. Todo lo contrario, nos ocasiona bastantes gastos. Y si la vendemos, nos encontramos otra vez en la batalla cotidiana por dejar el coche quieto en alguna parte… Es como unas botas de siete leguas, sólo que no puede usted quitárselas cuando ha llegado a su destino. Ha de seguir dando brincos y más brincos, como el guía Défago de que nos habla Algernon Blackwood en «El Wendigo».
Volviendo al transporte público, la baja calidad del servicio disuade a los clientes potenciales. Más de una vez he visto autobuses circulando con un solo pasajero… o vacíos. Las cuentas de explotación están en números rojos, porque los ingresos de la temporada no cubren los gastos de todo el año. Las empresas entran en la dinámica infernal de los subsidios. Pero nunca hay dinero para todo. Los importes de las subvenciones quedan a merced de los poncios de turno. Y vemos que un asunto que es una prioridad estratégica de toda la sociedad es tratado en el marco del programa para las próximas elecciones. Con la misma altura y profundidad que el resto de los puntos, es decir…
Pasemos ahora de lo concreto a lo abstracto. Según el diccionario de la Academia, las tres primeras acepciones de «transporte» son:
1. Acción y efecto de transportar o transportarse.
2. Sistema de medios para conducir personas y cosas de un lugar a otro. El transporte público.
3. Vehículo dedicado a tal misión.
En cuanto a «público», del latín publicus, las primeras cuatro acepciones son adjetivos:
1. Notorio, patente, manifiesto, visto o sabido por todos.
2. Vulgar, común y notado de todos.
3. Se dice de la potestad, jurisdicción y autoridad para hacer algo, como contrapuesto a privado.
4. Perteneciente o relativo a todo el pueblo.
Siguen cuatro sustantivos y una larga lista de expresiones como dominio público, martillador público o vía pública, pero el Diccionario no define el transporte público. Aún así, ya tenemos suficiente información semántica para seguir sopesando el asunto.
Una observación superficial de la realidad nos hace asumir que el transporte colectivo es público y que el transporte individual es privado. La cosa no es tan sencilla. Aquí y ahora, los autobuses ofrecen un servicio público mediante concesiones administrativas a empresas privadas. Los automóviles son vehículos de uso individual y de propiedad privada. Pero ocurre que, en última instancia, todo el transporte es público, porque todas las infraestructuras se pagan con fondos públicos. La opción por el conjunto coches-asfalto-combustibles-etcétera, en detrimento de todo lo demás, es una decisión política.
Las inversiones en carreteras se justifican en nombre del «interés general». Aquí y ahora, resulta ser un concepto indefinible, un comodín que el PP se saca de la manga para «demostrar» lo que convenga en cada momento. Lo mismo sirve para seguir promoviendo la expansión perpetua del asfalto que para montar un Consell insular en Formentera. Que ahora tal vez ya no interese, mire usted por dónde.
Mutatis mutandis, la dictadura de aquel general de cuyo nombre no quiero acordarme se justificaba apelando al «bien común», que se definía como lo que era bueno para la totalidad de la población. Por eso el Régimen era totalitario, y podía prescindir sin manías de la libertad de prensa, de las elecciones y de otras zarandajas por el estilo. A mí me gusta más hablar del interés público. Se puede definir en abstracto como el verdadero interés de la mayoría de la población. Como «ahora hay democracia», disponemos de unos mecanismos que nos permiten cuantificar lo que la mayoría de los votantes cree que son sus verdaderos intereses. Otro día, si usted quiere, podemos hablar un poco de los métodos usuales para, digamos, influir en esas creencias. Y de las diferencias entre «opinión pública» y «opinión publicada». Como siempre, desde un punto de vista estrictamente técnico.
Aquí y ahora, nadie ofrece transporte colectivo de calidad. Es una de las razones de que no parezca una alternativa viable al conjunto coches-asfalto-combustibles-etcétera. Nuestras dignísimas autoridades, según su peculiar interpretación del interés general, nos siguen dando más y más y más de lo mismo. De ahí la paradójica situación a la que estamos llegando. Se trata de poner transporte público individual. Viene a ser algo así como un autobús para cada persona. Los coches no son medios de transporte, sino símbolos de «status» social. Por eso es que cada vez que alguien cambia de coche compra uno más grande que el anterior. Aquí y ahora, el éxito en la vida empieza y acaba en tener y mantener un Hummer. Por eso es necesario ensanchar las carreteras. Así, los felices propietarios de un Hummer u otro todoterreno similarmente mastodóntico podrán adelantar por la izquierda o por la derecha a los vulgares plebeyos que circulan despaciosamente en sus utilitarios.
Como las vías por las que circulan todos esos vehículos privados se pagan con fondos públicos, una buena parte de la plebe que las sufre y las sufraga con sus impuestos se pronuncia contra los planes de ampliación. Pero es evidente que nuestras dignísimas autoridades no tienen por qué hacerles el más mínimo caso. Y es que las manifestaciones, en esta democracia aún tan somera de este país, no tienen el mismo valor. Depende de quién las convoque, ¿no le parece?
Pues bien… si cree usted que ya es hora de hacer algo, le espero en la sección de movilidad del Ateneu Cultural d’Eivissa. Hasta pronto.
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