(Ilustración de Pep Tur – pendiente)
Última Hora, FDS, 13 de junio de 2003
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Sabe usted aquel que entra uno en el despacho de un asesor
que cobra mil euros por contestar tres preguntas y le dice:
– ¿Es verdad que cobra usted mil euros por contestar tres preguntas?
– Sí.
– ¿Y no le parece un poco caro?
– No. ¿Cuál es la tercera pregunta?
Chistes aparte, ya ve usted que si las preguntas hubieran sido otras, las respuestas podrían valer mucho más. Por ejemplo, ¿cómo reorganizo mis negocios para pagar menos impuestos? ¿Qué inversión es la mejor para mí? ¿Qué puedo hacer con esa finca heredada que sólo me sirve para pagar contribuciones? Etcétera.
Y es que la clave está en plantear correctamente los problemas. En averiguar cuál es la pregunta del millón. Muchas veces cuesta más que encontrar la respuesta. Los problemas técnicos no suelen tener diez mil soluciones buenas. Malas sí. Malas hay muchísimas. Y los problemas políticos, generalmente, sólo tienen una… o ninguna. Son difíciles o imposibles de resolver porque cada solución les parece buena a las personas que la proponen y mala al resto. Con frecuencia, sus opiniones no se basan en eso que se llamaba antes el bien común, sino en sus intereses particulares. Esto es lo que hay.
Todo esto viene del tiempo que llevo haciendo las mismas preguntas, que son, entre otras:
¿Qué ventajas tiene la actual división administrativa de la isla?
¿Qué habrá pasado en Eivissa dentro de diez años si no cambiamos el modelo de movilidad al uso?
¿Cuánta carga puede llevar un burro?
Si usted me las puede responder, me encuentra en:
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