Ilustración de Pep Tur
Ultima Hora, FDS, 17 de enero de 2003
Verá usted, hace algunos siglos existía en Europa la pena de galeras. Como son barcos de remo, las funciones de motor las ejercían… los galeotes, naturalmente. Era un trabajo duro, y había pocos voluntarios. Así, resultaba imprescindible completar los bancos de boga mediante diversos procedimientos. Los más habituales eran condenar a galeras a los delincuentes y esclavizar a los prisioneros de la guerra contra el turco.
Todo esto tenía una serie de ventajas. Los forzados morían, en promedio, a los tres años de empezar la pena. Los sarracenos también, pero daba igual: al otro lado del mar seguía habiendo muchos. Luis XIV exterminó a miles y miles de hombres, condenados a vidas y muertes espantosas por delitos como pasar de contrabando un saco de sal o ser protestantes.
Pero las ventajas son inseparables de los inconvenientes. Todos vamos en el mismo barco, y junto a los galeotes era preciso embarcar alguaciles y cómitres. Y oficiales y… capitanes, naturalmente. Habían de ser nobles y recibir una buena paga, porque gastaban mucho dinero en esencias y perfumes. Y es que las galeras despedían un hedor espantoso… a sudor, orines, excrementos y vómitos.
Las últimas ejecuciones a garrote vil en España se hicieron el 2 de marzo de 1973. Recuerdo bien la fecha porque volvía de una excursión. Al bajar del autobús me encontré un conocido que me dijo que en diez minutos iba a saltar una «mani» en las Ramblas de Barcelona. De forma que tuve la chance de ser uno de los primeros valientes que se jugaron el físico para protestar por la muerte de Puig Antich. De Heinz Chez («La torna») ya no se acuerda casi nadie.
Pues bien, las supuestas ventajas de la pena de muerte también son inseparables de los inconvenientes. Uno de ellos es la siniestra figura del verdugo, que resulta ser imprescindible para su aplicación práctica. Como el cargo traía aparejado cierto rechazo social, había pocos voluntarios…
Y ahora nos encontramos con que el Gobierno ha decidido alargar las penas de privación de libertad de diversos tipos de enemigos del Estado. Esto tiene la ventaja de que no delinquirán mientas estén entre rejas. Y el inconveniente, derivado de la naturaleza misma de las cosas, de que un incremento del treinta por ciento en la duración de la pena implica un aumento correlativo de la capacidad de los centros penitenciarios… y de su nómina de personal. Una de las curiosidades del lenguaje es que de cárcel deriva carcelero, y de prisión, prisionero. Mientras trabajan, los funcionarios están en prisión. Por eso no hay muchos voluntarios. La falta de personal cualificado es el talón de Aquiles de todas esas políticas represivas que se saca de la manga el gobierno de turno cuando se acercan las elecciones. O cuando interesa tapar alguna cagada monstruosa en la gestión de uno de esos instructivos desastres náuticos.
Pues ya lo sabe usted. Estas reformas legales fracasarán, igual que la pena de galeras y que el garrote vil, si la política de personal de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias no aguanta el tirón. Porque si lo hubiera aguantado la de Luis XIV, aún habría galeras…
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