Diario de Ibiza, 22 de agosto de 2000

Dedicado a Terence Bendixson

Hace tiempo que se discute cuál es el mejor medio de transporte. Entre las muchas cualidades deseables, podríamos citar la economía, la seguridad, la rapidez, etcétera. El punto fuerte del automóvil es que da independencia. Por citar literalmente una frase ajena, «El coche hace libre al hombre en cuanto a la movilidad».

Efectivamente, el coche hace libre al hombre. Pero al hombre, así, en singular; es decir, sólo a uno. En cuanto hay dos, sólo tienen media libertad. Y si son veinte mil, pues la respectiva parte alícuota, que se les asigna con dispositivos más bien autoritarios; tales son los semáforos, prohibiciones de giro y estacionamiento, y otros que sería superfluo enumerar. De manera que, a más automóviles, menos movilidad.

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En segundo lugar, el coche hace libre al hombre. Pero «hombre» no es ni será nunca sinónimo de «Humanidad». Es una suplantación lingüística tan habitual que pasa desapercibida. El conductor, por definición, no es niño ni viejo, dado que éstos no tienen carnet. Y cuando las familias sólo tienen un vehículo, se asigna indefectiblemente al varón.

Así que, a más movilidad para los -y las- automovilistas, menos para niños, jubilados, amas de casa y demás peatones por obligación o por vocación. Tanto directamente, por la invasión verdaderamente brutal que han hecho los coches de las ciudades, como indirectamente, porque la atrofia del transporte colectivo les perjudica mucho más. Los conductores son una minoría por definición, y de ellos dependen cada vez más los otros, siempre que necesiten o deseen desplazarse, olvidados por los planificadores del transporte.

Otro detalle: la movilidad del coche es una potencia, pero no un acto; o sea, los coches no se están moviendo siempre, porque son libres de hacerlo, una hora al día cuando más, y de estorbar las otras veintitrés. De manera que la movilidad del hombre consiste en ir en coche, en esquivar los que circulan, y en sortear los que están aparcados. Afortunadamente, todos los conductores son peatones la mayor parte del tiempo.

Y para rematar el pastel, toda esta libertad y toda esta movilidad nos sale carísima. Si se hubiera proyectado en un tablero de diseño el sistema de transporte más dilapidador posible, habría salido el turismo privado. Parece una perogrullada, pero es necesario insistir en que cualquier transporte público, incluyendo por supuesto el taxi, hace un uso mucho más racional y eficiente de los recursos, siquiera sea porque los vehículos circulan más tiempo. Todas las mejoras imaginables dentro del esquema del coche particular, como reducciones del tamaño o del consumo, etc., no son más que la racionalización del despilfarro.

Resulta difícil cuantificar en pesetas la libertad y la movilidad, pero personalmente no me cabe duda de que si gastáramos en transporte colectivo la mitad de todo lo que se nos va en coches y carreteras, tendríamos el mejor sistema público del mundo y parte del extranjero, muchísima más movilidad y más libertad también.

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