«Bailén», número 46, año 1978

Si me preguntasen en qué resumiría yo todo lo que implica el Servicio Militar, diría que en el servicio de armas más importante, la Guardia. Si la misión de las Fuerzas Armadas es velar por la dignidad e independencia de la Patria y el orden dentro de ella, la de la Guardia, paralelamente, es hacerlo por la seguridad de los Acuartelamientos.

El centinela custodia la paz de sus compañeros, sacrificando su sueño por la tranquilidad de los que disfrutan un bien ganado descanso tras el esfuerzo de cada día. Vela las armas con que el Ejército está dotado para defender las fronteras, la paz y las leyes, base de la sociedad. Su obligación es la más importante que puede desempeñar el soldado.

En un plano personal, estar en un puesto de noche, a solas con uno mismo, bajo la bóveda celeste, ofrece una oportunidad única para la meditación, para pensar en todo lo que el ajetreo diario nos quita de la cabeza. Sin descuidar la vigilancia, con los ojos y los oídos puestos en el entorno, el pensamiento puede, sin embargo, volar libremente y dar sus frutos más maduros.

En otro plano, ¡cuán gallarda la figura del centinela, su silueta recostada contra los luceros, el escenario más grandioso de la Creación! En ese hombre, fundido con su arma, podríamos simbolizar el espíritu alerta, pronto para el servicio y ajeno a miras interesadas, que ha de ser propio de las Fuerzas Armadas.

Sin embargo, no creo poder hacer mejor elogio del centinela que el que pone Cervantes en boca de Don Quijote, en el discurso que hace éste de las armas y de las letras. En él Don Quijote compara los méritos, trabajos y premios de ambas, y concluye que son más honrosas las armas, pues son más sus trabajos y menos sus premios, y, en última instancia, las leyes, cima del árbol de las letras, nada son sin las armas para hacerlas valer. Pero veamos lo que dice del centinela:

«Y ¿qué temor de necesidad y pobreza puede llegar ni fatigar al estudiante, que llegue al que tiene un soldado, que hallándose cercado en alguna fortaleza, y estando de posta o guardia en algún revellín o caballero, siente que los enemigos están minando hacia la parte donde él está, y no puede apartarse de allí por ningún caso, ni huir del peligro que tan cerca lo amenaza? Sólo lo que puede hacer es dar noticia a su capitán de lo que pasa, para que lo remedie con alguna contramina, y él estarse quedo, temiendo y esperando cuándo improvisadamente ha de subir a las nubes sin alas, y bajar al profundo sin su voluntad».

Se puede decir que en tiempo de paz no es tan arriesgada la misión de la guardia, e incluso que los avances técnicos modernos pueden con ventaja suplirla; pero el Ejército no es para la paz sino para la guerra, y en campaña ningún sistema de vigilancia electrónica puede competir en movilidad, rapidez de instalación y capacidad de respuesta con la clásica línea de centinelas y patrullas. De ahí la necesidad de contar con hombres avezados a la observación y la escucha nocturna, entrenamiento que se consigue con el servicio de guardia.

La vigilancia no debe interrumpirse nunca. De día o de noche hay que vigilar como si se estuviese frente al enemigo. El hecho de que en las guardias «nunca pasa nada» es la mejor prueba de su eficacia.

Antes de acabar el servicio, celebramos un acto sencillo pero lleno de significado: izar la Bandera. Con respeto presentamos nuestras armas al símbolo de cuanto hemos jurado defender vertiendo si es preciso hasta la última gota de nuestra sangre. Durante el día, la Bandera presidirá nuestro quehacer, estimulándonos a cumplir con nuestras obligaciones.

Y cuando llega el relevo, olvidando la fatiga, rompemos filas con la satisfacción del deber cumplido, diciéndonos:

«¡Hasta la próxima!»

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Regimiento de Infantería Aragón nº 17 – P.M.A.

Fdo. Soldado Juan Manuel Grijalvo

Tercer premio concurso colaboraciones

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Capítulo XXXVIII

Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras

http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/edicion/parte1/cap38/default.htm

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