<<<

Dedicado a Lluís Ignasi Malagrida

Diario de Ibiza,  7 de abril de 2000

<<<

Supongamos que algún espabilado
quiere venderle una videocámara
con una batería que dura mil horas.

Pero tiene un pequeño inconveniente. A veces, de forma imprevisible, hace explosión y causa lesiones graves o mortales al usuario. ¿Usted compraría ese aparato?

Supongamos que una empresa de ferrocarriles pone líneas a todas partes y le resuelve totalmente sus demandas de movilidad. Pero tiene un pequeño inconveniente. A veces, de forma imprevisible, un empleado de la compañía saca un revólver y dispara a bulto contra el pasaje, causando lesiones graves o mortales a unos cuantos. ¿Usted subiría a esos trenes?

Supongamos que se presentan en la puerta de su casa dos caballeros bien vestidos, y le hablan de una fe que le garantiza la salvación eterna. Pero tiene un pequeño inconveniente. A veces, de forma imprevisible, un sacerdote recibe la orden divina de sacrificar a uno o varios de los fieles, saca un hacha y les causa lesiones graves o mortales. ¿Usted se convertiría a esa religión?

Pues mire, los automóviles funcionan más o menos así. Compramos un coche porque nos han creado la necesidad de ir dando vueltas de un lado a otro como bueyes de noria, y vamos circulando hasta que nos pegamos la castaña. La probabilidad del hecho, por nuestra propia culpa o por la de algún espabilado que tiene que hablar con el móvil, es bastante elevada. Decía Salvador Miralles en «Factors de risc del transport vigent» (Diario de Ibiza, 3-1-2000, página 15) que uno de cada cien conductores morirá en accidente. No dice de dónde ha sacado esta cifra tan redonda, pero me parece verosímil. Debe ser una profecía estadística a partir de las cifras actuales. Y si no hacemos nada para evitarlo, se cumplirá.

Es curioso que los fabricantes de automóviles no proclamen a los cuatro vientos que sus productos son seguros. Sólo dicen que son más seguros que los de la competencia. El mensaje es que la castaña es inevitable. Por lo tanto, hay que llevar todas las protecciones posibles para reducir sus efectos sobre la persona física más importante del mundo, a saber, usted mismo.

Cuando la propulsión mecánica permitió acorazar los barcos de guerra, se inició una carrera de armamentos que no parecía tener fin. Los navíos quedaban anticuados de un año para otro. Cañones cada vez más grandes disparaban balas cada vez más destructivas. Los ingenieros aumentaban el grosor de los blindajes. A la siguiente temporada, los buques del vecino montaban cañones más potentes. Y vuelta a empezar. Es más barato mejorar los proyectiles que los blindajes. Por eso ha ganado la carrera el proyectil. Ahora, la defensa de los buques consiste en destruir el misil enemigo. Eso se intenta con cañones de tiro rápido que disparan verdaderas nubes de balas. Basta que le dé una para que estalle antes de hacer blanco. Si no, no hay nada más que hacer. El misil hundirá cualquier buque.

.

.

Los automóviles tienen cada vez más medidas de seguridad activa y pasiva. Y cada vez se ven por las calles más «todoterrenos». Uno pregunta qué necesidad hay de pagar más por un vehículo que tendrá un uso básicamente urbano. La respuesta es que «son más seguros». En caso de accidente, claro. Cuando chocan contra otro coche, llevan las de ganar. Qué más da ir siempre por la derecha, a poca velocidad, conducir con prudencia, etcétera. Si va usted en un Panda y le embiste un acorazado de ésos, el que se va a despertar en una habitación que no es la suya es usted. Si vive para contarlo…

Y es que la estadística es una ciencia de discutible utilidad. Dice que un avión de cada equis mil se estrella, pero no dice si es el que va a coger usted justo ahora. Dice que si en Eivissa murieron treinta personas en accidentes de tráfico en 1999 y en la ciudad de Barcelona cincuenta, la probabilidad de que se mate usted en el 2000 es mucho más alta aquí que allí. Curioso, ¿no? Pero lo que usted quiere saber es si le va a tocar la china hoy. Pues eso la estadística tampoco lo dice. Lo que predice, con una exactitud bastante siniestra, es la cifra total de víctimas que se sacrifican cada año en el altar de la vaca sagrada de Occidente, a saber, el automóvil.

Si los ferrocarriles causaran al cabo del año la mitad de las muertes y lesiones que provocan los automóviles cada mes, hace tiempo que estarían todos clausurados. En cambio, no se hace lo mismo con las carreteras. No es difícil de entender. La tremenda acumulación de intereses creados en torno al automóvil; los presupuestos multimillonarios para publicidad de los fabricantes; y, por qué no decirlo, la complicidad de los Estados, que tienen una gran fuente de ingresos en esas máquinas de matar, hacen que estemos como anestesiados ante la carnicería.

La planificación del transporte no es una disciplina académica. No se hace con criterios técnicos. Es la resultante de fuerzas muy, muy poderosas. Los proyectos se trazan a la medida de sus intereses. Esos treinta muertos de 1999 y los que ya llevamos en el 2000 son un coste que se da por supuesto. Como el dinero para tapar los baches, o para pagar los salarios de los planificadores.

Así que tiene usted varias opciones. Una, no salir nunca de casa. Otra, rezar para que no le toque un número malo en la ruleta rusa. Y otra, si cree como yo que «A Dios rogando y con el mazo dando», poner en marcha medios de transporte con menos riesgos…

>>>

Accidentes funestísimos

Automóviles…

Movilidad…

Hummer (pendiente)…

Seguridad vial…

>>>

Si le interesan los acorazados :

«Battlecruisers» y «cataphractae»…

Luis Jar Torre – Un golpe de efecto…

>>>