La Nación – Cartas de los lectores

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Acerco un par de comentarios sobre

el lúcido artículo de Luis Grossman,

«Menos autos en Buenos Aires».

En primer lugar, respecto del programa Prioridad Peatón, cuyo mérito, como bien dice Grossman, es indiscutible. No obstante, toda nueva disposición destinada a cambiar hábitos enquistados por años en los porteños requiere el complemento de educación y control. Es necesaria una campaña permanente de concientización (como se hace con los residuos) y una vigilancia que impida que los automóviles circulen por las calles de uso restringido a mayor velocidad de la establecida, con la radio atronando por la ventanilla abierta y los bocinazos desmadrados, y hace falta que las motos y bicicletas no sólo respeten los semáforos, sino también la velocidad límite, la mano de circulación y que no invadan la vereda.

En el pasado, visiones miopes o interesadas desviaron malamente el desarrollo tecnológico en momentos clave, en procura de réditos inmediatos. En el auge del desarrollo ferroviario (fines del siglo XIX) Isambard Brunel instó, sin éxito, a la unificación de la trocha, proposición impedida por intereses espurios. De aplicarse su idea, se habrían evitado incomodidades que en buena medida aún subsisten. A comienzos del siglo XX, Ferdinand Porsche (diseñador de los Auto Union, Volkswagen y Porsche) había desarrollado un automóvil eléctrico, que estuvo en producción sólo cinco años. La inmediata ventaja del motor a explosión llevó las cosas por otro camino, con las consecuencias hoy evidentes, que están conduciendo a la nueva exploración del automóvil eléctrico como alternativa, con un siglo de retraso. La lección no se ha aprendido: basta el ejemplo de los gases de efecto invernadero, la deforestación del Amazonas, la polución de las aguas, la insistencia en la energía nuclear, la acumulación de basura espacial, etc.

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Luis Grossman  –  Menos autos en Buenos Aires

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