Ultima Hora, FDS, 26 de julio y 2 de agosto de 2002

Hace poco leí en este periódico un artículo de Toni Villalonga titulado «Suspenso en turismo«. Empieza contando una anécdota de sus tiempos de estudiante. Uno de sus profesores aprobó a veinte alumnos y «cateó» a los otros… doscientos ochenta. Sin entrar en más valoraciones, tal vez este profesor obró con justicia, pero diría que le faltó equidad.

Yo tengo otra anécdota. Uno de mis profesores, don Juan Marqués, nos calificaba estadísticamente.

Me explico. El primer día de clase, se presentaba con unas fichas de cartulina donde iba anotando los nombres de los alumnos. Explicaba una lección y hacía preguntas. El que sabía la respuesta se quedaba en el mismo sitio. Si no, preguntaba al siguiente, y así hasta que alguno contestaba bien. Este se movía físicamente de pupitre y se ponía delante del o de los que no habían dado la respuesta correcta. Al mismo tiempo, él cambiaba de lugar las fichas que tenía en la mano. Al cuarto día de clase ya nos tenía ordenados según nuestro nivel de conocimientos. Cada día apuntaba en una lista dos dieces para los dos primeros, y para el resto iba siguiendo una tabla normal de distribución de notables, aprobados y… suspensos, naturalmente. Sacaba el promedio de esa nota diaria, y ese resultado ponderaba bastante en la nota. Y la calificación del examen final no podía diferir mucho de ese seguimiento diario. Prescindiendo del nivel de la clase, él siempre daba el mismo número de sobresalientes y de suspensos.

Naturalmente, el nivel era alto. Teníamos que estudiar cada día, so pena de ir al fondo de la clase, con los más «negados» para la asignatura. Dirá usted que este procedimiento favorece la competencia entre los estudiantes. Bueno, probablemente… Mire, a mí me parecerá estupenda una enseñanza no competitiva el día en que la sociedad deje de ser competitiva. Mientras llega ese día feliz, las buenas intenciones que proclaman las cabezas rectoras del sistema sólo servirán… para empedrar el camino del infierno, ¿no le parece? Tal vez el método de don Juan Marqués no fuera perfecto. En mi opinión, es el más justo que he visto en mis años de padecer los aparatos educativos de este país. No tengo noticia de que lo haya aplicado ningún otro profesor.

Nuestra sociedad es competitiva. Si quiere usted un empleo público o privado, tendrá que pasar un «concurso-oposición». El objetivo de la maniobra no es sacar un aprobado o un notable, es tener la nota más alta de todas. El examen sirve, al menos en teoría, para seleccionar los mejores aspirantes. Si hay veinte plazas y trescientos opositores, se aplicará la vara de medir que usaba el profesor de Toni Villalonga. ¿Esto es justo? ¿Es equitativo? Esto es que no había estudiado usted lo suficiente… Y esto es lo que hay.

Hoy por hoy, el rendimiento que se puede exigir en una empresa se mide comparándolo con el que puede dar un varón de veintipocos años, soltero, con formación universitaria y al menos dos idiomas. Si no da usted este perfil, le será difícil venderse en un mercado de trabajo cada vez más competitivo. A no ser que se vaya rebajando el precio, naturalmente…

Y esto nos lleva a otra pregunta: ¿los tontos tienen derecho a la vida? Por esa regla de tres, las personas con menos luces o con menos cultura van siendo excluidas de los aparatos productivos. Y, por lo mismo, marginadas del circuito económico de distribución de rentas. Esta lógica del máximo beneficio se aplica a todo. Y también a los destinos turísticos.

No hace falta que Eivissa «suspenda» para que los clientes de los negocios turísticos dejen de venir a gastar su dinero aquí. Esto no es un examen: es una oposición. Y sólo obtienen plaza los que saquen las mejores notas. Por lo tanto, hemos de buscar la excelencia, el sobresaliente. Y mantenerlo curso tras curso. Porque los destinos turísticos pasan de moda, igual que los pantalones de «pata de elefante».

Toni Villalonga cita en su artículo varios elementos que componen el «suspenso en turismo». Entresaco para mis fines «la falta de servicios básicos como el taxi» y «las malas infraestructuras (carreteras, cruces…)». En mi opinión, Eivissa no va ser nunca un destino turístico sobresaliente si no cambiamos de una vez por todas el modelo de movilidad. Los taxis no son un servicio básico. Son sólo un recurso útil para hacer viajes rápidos entre dos puntos concretos. Si pretende usted que resuelvan, por ejemplo, todos los desplazamientos de todas las personas que llenan todos esos «aforos incontrolados», no me salga con que faltan taxis en el aeropuerto por la noche. Item digo del resto del modelo, que empieza y acaba en asfaltar cada vez más Eivissa para que circulen cada vez más automóviles privados y de alquiler.

El transporte del siglo XXI en Eivissa tiene que ser elevado, eléctrico, guiado y automático. Si no aprobamos la asignatura de la movilidad, que es eliminatoria, ya no importa que nos presentemos al resto.

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Movilidad – Eivissa…

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