(Escrito en 1991, pero… bien vigente)
Le costó mucho, pero al fin se decidió. Pediría a su jefe una bajada de sueldo hasta el salario mínimo, o cuanto más un poco por encima de éste, pero no mucho.
Se había documentado bien y hecho muchos números, llegando a una clara conclusión: el nivel de calidad de vida de su familia se elevaría con una disminución de su sueldo de un 31,4%.
Sabía que le costaría convencer a su jefe, a pesar de las ventajas que para la empresa tendría en su nómina y seguros sociales. Quizá UGT y CC.OO. pondrían el grito en el cielo y le acusarían de loco y antisocial.
Para no olvidar ningún argumento y no perder capacidad de convicción elaboró un informe bien estructurado en los capítulos que componen la economía familiar.
Empezó por la vivienda. Su sueldo actual no le permitía acceder a una vivienda de protección oficial, y mucho menos adquirir un piso de promoción libre. Todo lo más -y con grandes sacrificios-, podría comprar un piso en alguna de las localidades del cinturón industrial de Madrid, a costa de un gran sacrificio para pagar la hipoteca y una odisea para venir a trabajar todos los días al centro de la ciudad. En cambio, de acceder la empresa a su solicitud, podría optar a un piso de protección oficial en algún barrio de la capital, con una hipoteca en algún Banco Oficial a un bajo tipo de interés y muchos años para pagar. Había visto algunos de ellos y se había quedado maravillado de las dimensiones que tenían, con un hermoso salón, cuatro habitaciones de tamaño más que decente y dos baños. Un sueño para alguien como él, que habitaba con su familia en un viejo piso de alquiler de poco más de sesenta metros cuadrados, por el cual pagaba cerca de un 54% de su sueldo mensual, a lo que había que añadir luz, agua, teléfono, etc.
En cuanto al capítulo de estudios de sus hijos, un menor sueldo le permitiría acogerse a alguna de las muchas oportunidades que el Gobierno, nacional y autonómico, destinaban a las familias sin recursos.
Hacía, por último, una relación exhaustiva de todos los programas de ayuda a los que podría acogerse, y que abarcaban prácticamente todos los ámbitos de la vida familiar. Obteniendo algunas de ellas y con el ahorro que le supondría no tener que hacer declaración de renta, por ser sus ingresos inferiores al mínimo exento, la calidad de vida de su familia se elevaría muy sustancialmente sobre la que «gozaban» con su sueldo actual.
Toda la exposición estaba muy razonada y acompañada de cifras comparativas, pero su jefe -tras mirarle perplejo- le pasó un brazo por los hombros y le dijo:
– Lo siento, Ramírez, pero no puedo acceder a su petición, aunque me parezca razonable. ¡Compréndalo, los sindicatos se nos echarían encima, y no podríamos sostener, legalmente, que lo hacemos por beneficiarle a usted! No obstante, creo que su buen juicio merece, al menos, un ligero aumento de sueldo. ¡Es todo cuanto puedo hacer!
Salió del despacho hundido. Una triste subida es todo cuanto había logrado. ¡En fin – pensó -, menos da una piedra!
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