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Ultima Hora, 8 de octubre de 2009
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Ya sabe usted que estoy documentándome sobre los problemas de la movilidad en la India. Según las numerosas autoridades competentes -allí también tienen muchas- hay más de tres millones de kilómetros de carreteras y caminos. Menos de la mitad están asfaltados. Los demás son como aquellos de las «Picardías rurales», uno de los cuentos de Landriscina que -contra mis propios criterios- he transcrito. En la India, las precipitaciones anuales no se miden en milímetros, como aquí. Se miden en metros. En el año 2000, el 40% de los núcleos de población quedaban incomunicados durante la temporada de los monzones. Unos cuatro meses bajo el agua, cientos de muertos y heridos, miles de personas que se quedan sin casa, en fin…
En un país con semejante clima, es imprescindible resolver correcta y completamente los drenajes antes de tender cualquier tipo de vía. El ferrocarril moderno conoció sus primeros desarrollos en Gran Bretaña. Dicha isla no es famosa por disfrutar de un tiempo seco y soleado. Por eso las vías del tren van encima de una gruesa capa de piedra machacada que se llama balasto. Está ahí precisamente para evacuar con rapidez las aguas pluviales.
El pavimento de las carreteras es todo lo contrario. Ha de ser una superficie tan lisa como sea posible. Los ingenieros romanos ensayaron varias soluciones técnicas. La más «moderna» fue rellenar los huecos entre los adoquines con plomo fundido. Actualmente usamos asfalto, un material que cuesta poco porque es el vómito más sucio de la tierra, una porquería asquerosa que no sirve para nada bueno. Como es impermeable, el agua de lluvia cae hacia las cunetas, y de ahí se desvía a los terrenos próximos. Confiamos en que sean capaces de absorberla. Otra opción es canalizarla mediante conducciones subterráneas, pero ya sabe usted que las ventajas son inseparables de los inconvenientes.
Tras la preceptiva excursión por los cerros de Úbeda, que es una de las especialidades de la casa, podríamos aplicar estas teorías a esos drenajes de la carretera del aeropuerto que están dando tanto que hablar. Al parecer, la cosa es que no se diseñaron y/o no se ejecutaron correctamente. Pero la cuestión es otra. Desde un punto de vista puramente técnico, como siempre, la pregunta es: ¿por qué está ahí ese cambio de sentido? ¿Por qué hace falta una rotonda precisamente ahí? Ahora mismo, las respuestas están «sub iudice». Mientras los procesos legales siguen sus premiosos trámites, podemos revisar algunos datos que ya son archisabidos.
Cuando un equipo de gobierno se hace cargo de una institución, lo normal es que tarde bastante tiempo en ponerse en marcha. En el cambio de 2003 todo sucedió como si todo hubiera estado a punto desde años antes. Como si los futuros adjudicatarios ya supieran que iban a ganar las licitaciones. Como si las imprescindibles subcontraciones ya estuvieran firmadas. Como si faltase tan sólo fijar la fecha de inicio de los trabajos. Todo funcionó con una celeridad extraordinaria, asombrosa, anómala, insólita, desusada, inaudita, del todo impropia de las administraciones públicas. Es como si hubiera un plan director, preparado con todo detalle, para ejecutar una serie de obras en un plazo tan breve como fuera posible. Naturalmente, dicho plan habría incluido las diversas interacciones con el resto de las «actividades de interés general» previstas por sus promotores.
Volviendo a los drenajes de la carretera del aeropuerto, si hubiéramos dado por hecho un campo de golf por allí cerca, con sus «fairways», sus «greens», sus «hazards» y su desorbitado consumo de agua, no habría sido especialmente problemático acomodar la escorrentía de la carretera en cualquier estanque. Si hubieran continuado los mismos administradores en el Govern Balear, en el Consell d’Eivissa y en l’Ajuntament de Sant Josep de Sa Talaia, tal vez ese campo de golf hubiera tenido todas las bendiciones oportunas y no estaríamos hablando ahora de unos drenajes que, bien mirado, son una nimiedad, ¿no? Y es que no hay que buscar culpables, hay que buscar soluciones. C. Roig nos dice lo siguiente:
«Xico Tarrés recordó que redactar el proyecto para desaguar el agua de la autovía en el mar es muy complejo porque necesita el visto bueno de hasta doce administraciones, entre ellas el parque natural de ses Salines y AENA, que pone trabas a una gran balsa porque atrae aves y es un peligro para el aeropuerto».
(Última Hora, 19 de septiembre de 2009).
Al parecer, la solución consiste en excavar una canalización subterránea hasta Platja d’en Bossa y completarla con un emisario submarino. Son necesarias doce hermosas administraciones, doce, para resolver los desagües de una rotonda que tal vez iba a ser uno de los accesos del campo de golf. Suponiendo que no se va a autorizar nunca, la única solución razonable es demoler los muros de contención del paso inferior y reponer el lugar al estado que tenía antes de la obra, ¿no le parece? Otra cosa es, como siempre, más de lo mismo.
En 1846, los astrónomos Adams y Le Verrier pudieron inferir la existencia de Neptuno estudiando ciertas anomalías en las órbitas de Júpiter, Saturno y Urano. Otro día, si usted quiere, podemos hablar de las curiosas anomalías… en las líneas nuevas de metro de varias ciudades indias. O de la corrupción de los políticos… en Roma. Y es que eso de los drenajes quizá tenga soluciones, pero también tiene culpables.
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