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El Sr. Jorge Mario Bergoglio
tiene varias cualidades.

Es hijo de ferroviario,
es jesuita
y ahora también
es Francisco I,
el Papa de Roma.

Es posible que desee visitar
-probablemente, de nuevo-
la casa natal de San Ignacio,
esta vez como Sumo Pontífice.

La casa está en Loyola, Guipúzcoa.

Hace no muchos años, la última parte del viaje
se podía hacer en el tren de vía métrica que unía
Zumárraga y Zumaya por el valle del Urola.
Enlazaba en Zumaya con la línea de Vascongados.
Había trenes directos desde San Sebastián.

Todo eso empezó a irse al traste
con la expansión demente del asfalto.
El punto de inflexión fue la apertura
de la autopista Bilbao-Behobia.
En 1986 la Diputación de Guipúzcoa
suspendió el servicio en la línea del Urola
«para hacer mejoras».

En 1998 el Museo Vasco del Ferrocarril
reabrió el tramo entre Azpeitia y Lasao.
Si reabrimos entre Loyola y Arroa
-mejor hasta Zumaya-
podemos encaminar trenes directos
desde San Sebastián y Bilbao
hasta una estación
que dista unos trescientos metros
de la Basílica de San Ignacio.
Podrían circular
los fines de semana en invierno,
y todos los días en verano.
Se puede hacer
sin grandes problemas…
si hay voluntad política.

Pues bien,
ahora hay una forma simple
de crear esa voluntad política
en las autoridades competentes.

Basta
una llamada telefónica de Francisco I,
confirmada con una carta,
manifestando que le gustaría visitar la Basílica
y hacer ese viaje en tren, por ejemplo,
el día que se inaugure la reapertura.
De paso, bendice la línea y las estaciones.
Sería una fiesta para los católicos vascos
y para el hijo del ferroviario Bergoglio…

El Papa ya se ocupa
de suficientes asuntos tristes.

Parece fácil,
pero hay un problema:
¿cómo se lo digo al Papa?

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