Publicado en «La Codorniz», la revista más audaz para el lector más inteligente, hacia 1967, más o menos, diría yo…

Aparecen en mi memoria aquellos momentos aborrecibles como algo confuso y abominable que es mejor ocultar entre las frías y primordiales nieblas del subconsciente; sumergir en lo más profundo, allá donde se alojan los monstruos innominados que aguardan desde épocas remotas una resurrección misteriosa, insinuada vagamente en las negras páginas del «Necronomicon», esa obra inconfesable del árabe loco Abdul Alhazred. Puede que mis limitadas facultades me impidan desarrollar el relato con toda su crudeza y veracidad, mas he de intentarlo, espero que por primera y última vez, porque un poder extraño e irrefrenable me obliga a ello. ¡Así que agárrense fuerte, por favor!

Aquel fatídico día, la crepuscular claridad de la alborada dejaba caer sobre mi ánimo las sombras inquietantes y leprosas de una jornada plena de presagios. Yo caminaba absorto, bordeando a duras penas las cenagosas lagunas en que se habían convertido las calles de mi siniestro barrio y, al pasar junto a la negra boca de una alcantarilla a medio tapar gracias a la proverbial negligencia del Ayuntamiento, sentí en mi pituitaria un choque fétido y putrefacto que me trajo de repente los arcanos vestigios de edades olvidadas en la noche de los tiempos. Inquieto, apresuré el paso y, sin apenas advertirlo, me encontré bajando hacia un insólito portal que parecía ser la frontera de otra dimensión. Poco después, tras cumplir un ritual del que no me quedan recuerdos, comencé a descender unos escalones, mientras notaba cómo una atmósfera caliginosa me envolvía en un abrazo repugnante y sacrílego. Aterrado, en medio de una especie de pesadilla soporífera, me di cuenta de que había desembocado en unos amplios corredores, tenuemente iluminados por una luz espectral, en compañía de cientos de lívidas sombras que caminaban como con prisa de llegar a quién sabe qué inmunda ceremonia. Al fin me vi en una amplia y húmeda caverna, repleta de formas indiferentes que parecían ser los restos degenerados de alguna raza primigenia y tenebrosa. Luego… Luego sólo recuerdo un ruido tremendo y prolongado, una agitación indescriptible en aquella multitud de entes expectantes, que me arrastró hacia no sé dónde en un torbellino horroroso, y una voz lejana, siniestra, fungosa y demoníaca gritó:

– ¡Noou obsk-tru iillán aaas puegtas!

Yo, al borde del colapso, noté que aquel lugar trepidaba bajo mis pies, y que una oscuridad impenetrable y pavorosa se deslizaba a ambos lados de los monstruosos seres que me apretujaban salvajemente. Se me vino entonces a la memoria Lovecraft, y su inconcebible vaticinio:

IKG NAK»

>>>

Nota de Juan Manuel Grijalvo.- Este texto apareció en «La Codorniz» en algún momento del siglo pasado. Por razones que a la vista están, me desternillo de risa cada vez que lo leo. El problema es que apareció con una errata de imprenta… en la última línea, que debía ser todavía mejor que «¡Noou…!» Lo he conservado y lo publico para rogarle que me diga quién es Ecorfe y si hay manera de conseguir el texto original y… esta famosa última línea.

>>>

 Mensaje recibido el 9 de febrero de 2006

Querido amigo:

Este verano, cuando iniciaba balbuceante mis primeros pasos por este mundo fascinante y espantable de Internet, movido por un orgullo ancestral y teúrgico del que no me arrepiento, escribí la palabra Ecorfe, le di a la mágica tecla y apareciste tú con tu ingenua y apasionada esperanza de un final de artículo genial y desternillante.

Pues bien, comparezco ante ti como un fantasma del pasado, como una sombra ominosa que surge de las profundidades más innombrables, abyectas e inconcebibles a donde fueron a parar los ruinosos y repugnantes restos de «LA CODORNIZ», para comunicarte lo siguiente:

El artículo «RECORDANDO A LOVECRAFT» se publicó el 22.08.71 y siento tener que decirte; es más, me sonrojo al tener que informarte, que el mismo terminaba de este modo: «GRUJ AR TA-WIKG NAK».

O sea, un asco. Con lo fácil que hubiera sido finalizarlo con aquella otra frase célebre del famoso y oscuro escritor: «DEJ WEN SAGKLIR ANTH ESJ DENG TRAWR», que hubiera quedado más curiosita. No obstante, tengo que decir en mi descargo que, probablemente, esta frase debí sacarla de alguna famosa obra de Lovecraft, que he buscado y ahora no encuentro.

Un fuerte abrazo, amigo.

Elías CORTÉS FERNÁNDEZ

>>