Grabado de Gustave Doré

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22 de Septiembre de 2015 – Día sin coches

Dedicado a Marta Román Rivas

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Verá usted, yo nací en 1954.

En aquella época las Navidades
se celebraban montando «Belenes» en las casas.

Eran complejas representaciones del nacimiento de Jesús
durante un viaje familiar impuesto por los ocupantes romanos.

En dichas instalaciones eran imprescindibles las figuras de
los tres Reyes Magos de Oriente: Melchor, Gaspar y Baltasar.

Las fiestas empezaban con la redacción de la carta anual. En esencia, era una lista de los juguetes que deseaban los niños. Inexplicablemente, conseguíamos hacerla sin ver miles de anuncios en la televisión.

El ciclo ritual comprendía la Nochebuena con Misa del Gallo, la Natividad de Jesús, los Santos Inocentes, Nochevieja, Año Nuevo, la Cabalgata de Reyes y, por último, la fiesta de Reyes propiamente dicha: roscón y sorpresa, regalos para todo el mundo y, cómo no, los juguetes para los niños.

El conjunto es una extraña mezcla de fiestas puramente civiles -el año litúrgico empieza en Adviento- y celebraciones religiosas. La base escritural de alguna de ellas es endeble, pero la verosimilitud histórica es lo de menos cuando se trata de seguir la tradición. Todos los niños creíamos en los Reyes Magos, o no manifestábamos descreimiento ante los mayores, que para el caso es lo mismo. Tampoco expresábamos dudas ante nuestros hermanitos pequeños, faltaría más. Y los inocentes críos, pragmáticamente, solían decir que mientras creyeran habría regalos. Ya ve usted que el todo era un perfecto ejemplo de círculo virtuoso.

Los juguetes nos los daban al final de las vacaciones escolares. Y es que no los necesitábamos para jugar a mil cosas, en grupo y en la calle, porque la calle era nuestra: no había automóviles, o no había tantos como ahora, y por eso no nos hacían falta juguetes, digamos, industriales.

El clima también era diferente. Tal vez sea porque ahora hay demasiados automóviles. Antes había nevadas desde el principio del invierno. Los noticiarios informaban de los puertos de montaña transitables con cadenas, o directamente cerrados al tráfico. Esto duraba hasta Febrero. En Marzo llegaba la Primavera, y volvíamos a la calle.

Los juguetes eran para usarlos en esos meses fríos, porque pasábamos más tiempo en casa. Su función era reunir grupos de niños en torno a una mesa camilla. La apoteosis del asunto era la caja grande de Juegos Reunidos Geyper, que contenía una oferta de entretenimiento prácticamente inagotable.

Ahora, Papá Noel trae los juguetes en Nochebuena. Hacen falta para que los niños se entretengan solos durante las vacaciones escolares. Las pasan encerrados, cada uno en su casa, porque no pueden jugar en las calles. No son seguras porque hay demasiados automóviles. Los padres y las madres siguen con sus horarios laborales de costumbre, porque hacen falta dos sueldos para pagar dos casas y dos automóviles.

El Árbol de Navidad ha sustituido al Belén. Suele ser un abeto. Obviamente, es la supervivencia de alguna idea de los paganos nórdicos para celebrar sus fiestas del solsticio de invierno, porque aquí no había abetos. Por eso nos da lo mismo que el árbol sea artificial, y tan falso como todo lo demás. Ahora sólo creemos en el euro, y sólo porque nos lo dice la televisión.

Pues eso. Si cree usted en los Reyes Magos -o no, da lo mismo- póngase a quitar automóviles de las calles, para que los niños puedan jugar fuera de casa y para que no tengan que comunicarse por teléfono. Los tiempos pasados no volverán, pero el futuro es tan brillante que siempre llevamos puestas unas gafas de sol…

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