Dedicado a J. J.
Diario de Ibiza, 3 de mayo de 2000
Una persona cuya inteligencia respeto mucho me ha dicho que eso de poner en marcha un servicio nuevo de transporte público elevado en Eivissa es una utopía.
«Utopía» es una palabra griega que se puede traducir como «En ninguna parte». Así que en sentido literal es cierto, porque el sistema no se ha probado todavía. En un sentido virtual, las utopías empiezan a existir dentro de las cabezas de las personas. Cuando una empieza a germinar y crecer en ellas, ya está dejando de serlo.
[Nota: cuando escribí esto, aún no tenía noticias del Aerobus Mueller. El sistema sí está probado, y con éxito]
La utopía es un género literario muy antiguo. Los autores recurren al artificio de contarnos una serie de cosas que suceden en algún país lejano, o en una época que no es la nuestra; no forzosamente en el futuro. Con eso suelen colocarnos sus opiniones -por lo general, harto discutibles- sobre lo que está pasando aquí y ahora.
Las hay de dos clases. Las positivas, las que nos hablan de una situación mejor que la presente, se llaman «eutopías». Las negativas, las que pronostican un porvenir negro, son «cacotopías». Por ejemplo, «1984», de George Orwell, o el «Brave New World» de Huxley, entre otras muchas.
Una utopía puede ser un proyecto irrealizable, pero también un programa de actividad. En Eivissa sabemos mucho de eso. Aquí han venido muchas personas en busca de un lugar donde ser felices. Como decían en mayo del 68, seamos realistas y pidamos lo imposible. Sólo trascendiendo lo que existe llegamos a cosas mejores. Yo tomo el término en este sentido y lo acepto.
Un sistema de transporte público de verdad en Eivissa mejorará de verdad la calidad de vida de toda la población. Reducir la circulación es bueno para todo el mundo. Y muy especialmente, para los que tienen que usar automóviles como herramienta de trabajo. Piense usted quince segundos en la vida de los profesionales del volante; repartidores, taxistas, conductores de autobús, etcétera. ¿Les envidia usted el empleo? Porque pagan todos, todos los costes de la congestión del tráfico. En tiempo, en dinero y en salud.
También podemos dejar las cosas como están. Eso sí, tenemos que alegrarnos cuando nos dicen que en Formentera y Sant Josep hay más vehículos de motor que habitantes. Tenemos que aplaudir mientras se matriculan dieciocho coches diarios en la isla, porque eso es un indicador de riqueza. Tenemos que aceptar deportivamente que algún conductor ejerza su inalienable derecho constitucional de aparcar en doble fila lo más cerca posible del lugar donde ha de resolver alguna gestión importantísima… para él, claro. Y tantas cosas más que podríamos decir…
Dejar las cosas como están también es una utopía. Pero no es de las guapas. Es de las otras, de las feas. Si no quiere seguir por este camino, haga algo usted mismo. Piense que «vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos».
Aerobus…
Inalienable derecho constitucional…
Movilidad…