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El progreso conseguido en el gran arte de la construcción de embarcaciones desde los tiempos de Noé hasta la fecha es algo a todas luces bien palpable. De la misma manera, el carácter holgado de las leyes de navegación desde los tiempos de Noé hasta nuestros días contrasta enormemente con las leyes estrictas de la navegación moderna. A Noé no se le habría permitido de ninguna manera hacer en nuestros días lo que en su tiempo se le permitió. La experiencia nos ha enseñado la necesidad de ser más escrupulosos, más meticulosos, preocupándonos más de nuestra preservación, mirando más por la vida humana. A Noé no se le habría permitido salir, como navegante, del puerto de Brema. Los inspectores habrían comparecido y examinado el Arca, haciendo toda suerte de objeciones. Una persona que conozca a Alemania puede imaginarse la escena y la conversación sin dificultad alguna, sin que encuentre a faltar un solo detalle. El inspector llevaría un hermoso uniforme militar, sería respetuoso, digno, benévolo, perfecto caballero, pero tan inmutable como la Estrella del Norte en lo que atañe al cumplimiento estricto de su deber. Habría obligado a decir a Noé de dónde era hijo, y cuántos años tenía, y a qué secta religiosa pertenecía, y la cantidad de sus rentas, y el grado y posición que reivindicase socialmente, y el nombre y estilo de sus ocupaciones, y cuántas mujeres e hijos tenía, y cuánta servidumbre, y el nombre, sexo y edad de todos ellos; y, caso de no llevar pasaporte, hubiérale requerido de la manera más cortés del mundo que lo sacara lo más rápidamente posible de donde fuera. Entonces habría pasado a examinar el Arca:

— ¿Cuál es su longitud?
— Seiscientos pies.
— ¿Puntal?
— Sesenta y cinco.
— ¿Manga?
— Cincuenta o sesenta.
— ¿Material de construcción?
— Madera.
— ¿De qué clase?
— De ciprés.
— ¿Decoraciones interiores y exteriores?
— Embreada interior y exteriormente.
— ¿Pasajeros?
— Ocho.
— ¿Sexo?
— Mitad machos, mitad hembras.
— ¿Edades?
— Todos pasan de los cien años.
— ¿Hasta cuántos?
— Hasta seiscientos.
— ¡Ah! Van a Chicago. Vale la pena. Buena idea. ¿Nombre del médico?

(N. del T.: Cuando Mark Twain escribía estas líneas se preparaba la Exposición de Chicago).

— No llevamos médico.
— Es preciso que se provean de médico. Y también de un sepulturero, sobre todo del sepulturero. A esa gente no se la puede dejar abandonada, sin esas cosas que la vida exige, dada su avanzada edad. ¿Tripulación?
— Los mismos ocho.
— ¿Los mismos ocho?
— Los mismos ocho.
— ¿Una mitad son mujeres?
— Sí, señor.
— ¿Han servido nunca como tripulantes?
— No, señor.
— ¿Y los hombres?
— No, señor.
— ¿Alguno de ustedes se ha embarcado alguna vez?
— No, señor.
— ¿En dónde han vivido ustedes hasta ahora?
— En una alquería.
— Esta embarcación exige una tripulación de ochocientos hombres, no tratándose de un vapor. Es preciso que se provean de ellos. Necesita, asimismo, cuatro pilotos y nueve cocineros. ¿Quién es el capitán?
— Soy yo, señor.
— Es preciso que se provea de capitán, y también de una camarera; y, asimismo, de veladores para la gente de edad. ¿Quién proyectó esta embarcación?
— Yo mismo, señor.
— ¿En su primer ensayo?
— Sí, señor.
— Casi lo sospechaba. ¿Cargamento?
— Animales.
— ¿Clase de animales?
— De toda especie.
— ¿Fieros o mansos?
— Principalmente fieros.
— ¿Extranjeros o del país?
— Principalmente extranjeros.
— Entre los fieros, ¿cuáles son los más importantes?
— El megaterio, el elefante, el rinocente, el león, el tigre, el lobo, la serpiente: todas las criaturas salvajes de todos los climas; un par de cada.
— ¿Seguramente enjauladas?
— No, no lo están; no están enjauladas.
— Es preciso que sean enjauladas en jaulas de hierro. ¿Quién da la comida y la bebida a la colección de fieras?
— Nosotros mismos.
— ¿La gente de edad?
— Sí, señor.
— Para unos y otros es peligroso. Es preciso que atienda a los animales una fuerza competente. Vamos a ver, ¿cuántos animales tienen ustedes?
— De los grandes, siete mil; grandes y pequeños juntos, noventa y ocho mil.
— Deben, asimismo, proveerse de bombas. ¿Cómo recogen el agua para los pasajeros y animales?
— Dejando caer cubos desde las ventanas.
— No es adecuado. ¿Cuál es la fuerza motriz de que disponen?
— ¿Cuál es qué?
— La fuerza motriz. ¿Qué poder usan para mover la embarcación?
— Ninguno.
— Es preciso que se provean de velas o vapor. ¿Cuál es la naturaleza del aparato del timón?
— No hay ninguno.
— ¿No tienen timón?
— No, señor.
— ¿Cómo gobiernan la embarcación, pues?
— No la gobernamos.
— Es preciso que se provean de un timón y que lo equipen debidamente. ¿Cuántas áncoras llevan?
— Ninguna.
— Es preciso que se provean de seis áncoras. No está permitido hacer navegar una embarcación semejante sin una protección adecuada. ¿Cuántos botes salvavidas tienen?
— Ninguno, señor.
— Provéanse de veinticinco. ¿Y cuántos salvavidas?
— Ninguno.
— Provéanse de dos mil. ¿Cuánto tiempo creen que va a durar su viaje?
— Once o doce meses.
— ¡Once o doce meses! Vamos, que no es mucho andar; pero llegarán a tiempo para la Exposición. ¿De qué está forrada la embarcación? ¿De… cobre?
— Todo es solamente madera, no hay forro alguno.
— Pero, buen hombre, las bestias roedoras del mar van a dejarla como un garbillo y la echarán a pique antes de los tres meses. «No es posible» permitir que salga al océano en estas condiciones, es preciso forrarla. Otra cosa: ¿ha pensado usted en que Chicago es una ciudad del interior y que no se llega allí con una embarcación semejante?
— ¿Chicago? ¿Qué es eso de Chicago? Yo no voy a Chicago.
— Pero, ¿cómo? ¿Puedo preguntarle, entonces, a qué van destinados los animales?
— Solamente a engendrar otros.
— ¿Otros? ¿Pero es posible que con los que llevan ustedes no tengan suficientes?
— Para las necesidades actuales de la civilización, sí; pero todos los demás ejemplares han de perecer ahogados en una inundación, y éstos van destinados a renovar la especie.
— ¿Una inundación?
— Sí, señor.
— ¿Está seguro de ello?
— Perfectamente seguro. Tiene que llover por espacio de cuarenta días y cuarenta noches.
— No le preocupe demasiado eso, querido señor; acostumbra pasar con mucha frecuencia en este país.
— No será esa clase de lluvia la que va a caer… Ésta debe cubrir las cimas de las montañas más elevadas, y hacer que desaparezca la tierra de nuestra vista.
— Privadamente (aunque no, como es natural, oficialmente), me disgusta que me haya revelado todo esto, porque ello me obliga a retirarle la opción que le había dado de las velas o el vapor. Es preciso que requiera el uso del vapor. Su embarcación no puede llevar ni la centésima parte de una provisión de agua de once meses para los animales que lleva. Necesitará usted agua condensada.
— Pero si ya le he dicho que sacaré el agua del exterior con cubos.
— No llegará a remediar el mal. Antes que la inundación llegue a las cimas de las más elevadas montañas, las aguas dulces se habrán mezclado con las saladas de los mares, y todas serán saladas. Debe adoptar el vapor y condensar su agua. Bueno, tengo que despedirme, señor. ¿He oído perfectamente que me decía que era este su primer intento de construcción de embarcaciones?
— Ciertamente, sí, señor, es el primero; le digo a usted honradamente la verdad. He construido esta arca sin que nunca me hubiera adiestrado en ello, sin tener experiencia ni conocimiento alguno de arquitectura naval.
— Es una obra realmente notable, señor; una obra notabilísima. Considero que tiene más características inéditas (absolutamente inéditas y desusadas) que las que se puedan encontrar en cualquier embarcación naval.
— Este cumplido me honra soberanamente, me honra soberanamente, sí, señor, y me acordaré de su atención mientras viva… Señor, preséntole mis respetos y mis más expresivas gracias. Adiós.

¡Quiá! El inspector alemán mostraríase ilimitadamente cortés para con Noé y daríale la impresión de que se encontraba entre gente amiga; pero de ninguna manera le permitiría salir del puerto con semejante arca.

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La presente versión castellana es de uno de los traductores que siguen, probablemente del primero, pero no sé de cuál.

J. RIUS
FERNANDO TRIAS BERISTAIN
PEDRO ELIAS
JULIÁN PEIRO
LESLIE READER
VICENTE GARCÍA GUIJARRO

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