Ultima Hora, 17 de febrero de 2001
Con la sociedad anónima ocurre aquello mismo que dicen de la democracia: que es el peor sistema político, a excepción de todos los demás. Tiene muchas ventajas prácticas, pero no por eso hemos de perder de vista sus inconvenientes.
Una anónima es la única forma de poner en marcha una empresa para construir y explotar un sistema nuevo de transporte público en y entre Eivissa y Formentera. Permite sumar los esfuerzos de todos los interesados, sean particulares, empresas o administraciones públicas.
Y lo hace tan bien porque no es una unión de personas, sino de capitales. Esto es a la vez parte de su esencia y quizá su mayor defecto. Las decisiones no se toman porque tal o cual cosa sea lo mejor para la mayoría de los ciudadanos, ni de los clientes. Ni siquiera para la mayoría de los accionistas: deciden quienes tienen la mayoría de las acciones. Y lo hacen en función de sus intereses. Que consisten en obtener para sí el máximo beneficio a corto, medio y largo plazo. Esto es lo que hay.
Si un solo accionista tiene el 51% de los derechos de voto, la sociedad ha de hacer lo que diga una persona. Si es un grupo de accionistas que se ha puesto de acuerdo para algo, pues lo mismo.
Sobre el papel, los accionistas son los dueños de la empresa. En la práctica, el día a día lo llevan unos administradores que con frecuencia no son accionistas. Delegar la gestión en ejecutivos profesionales, en principio, resulta ventajoso. En algún caso, su influencia en la marcha de la empresa es superior a la de sus propietarios. Ya sabe usted que todo el mundo es bueno, salvo raras excepciones. A veces llega alguna de ellas al gobierno de una anónima y entonces los, digamos, problemas aparecen en las portadas de los periódicos. Si la empresa explota un servicio en régimen de monopolio, estos inconvenientes se vuelven intolerables. No creo que necesite usted que cite ejemplos. Además, todo esto es de cajón.
Apliquemos el cuento a una compañía que gestione un enlace fijo entre Eivissa y Formentera. Evidentemente, esta empresa no tendría un monopolio de derecho sobre el transporte interinsular. Alguien puede montar una línea, digamos, con helicópteros. Y las navieras pueden seguir moviendo sus barcos como siempre. Pero, usando uno de esos términos rebuscados que nos sirven para no llamar a las cosas por su nombre, podemos decir que tendría una «posición dominante».
El objetivo de una sociedad mercantil es obtener el máximo beneficio. Esto se hace reduciendo los gastos y aumentando los ingresos. Que serán tanto mayores cuanto más altas sean las tarifas. Los clientes prefieren exactamente lo contrario, porque el dinero sale de sus bolsillos. No hay más cera que la que arde. En defensa del interés público, tal vez fuera preciso poner algún límite a la libertad de la empresa para fijar los precios, aunque esté de moda la «desregulación». Sería cosa de tratarlo en el contexto de una subvención pública para instalar la infraestructura.
Y es que según la teoría de la carretera, eso es un coste que debe pagar «la sociedad». Es decir, usted y yo, con cargo a los impuestos. Las empresas de transporte se limitan a mover sus vehículos sobre ellas. Su contribución a los gastos faraónicos de la red viaria consiste en pagar un canon y liquidar el impuesto de sociedades.
Y aquí encontramos otra contradicción. Les interesa que sus vehículos sean grandes, porque son más baratos de mover. Y rápidos, porque así hacen más viajes. En cambio, a los que pagan el mantenimiento de las carreteras les conviene que sean pequeños y poco veloces, porque no las machacan tanto. Las empresas de transporte guiado, como la nuestra, tienen que costearse su infraestructura. Por eso vigilan mucho los pesos máximos por vehículo y por eje, o las velocidades que se pueden alcanzar en cada tramo de vía. Cuando se rompe algo, el dinero para los arreglos sale de la caja de la misma compañía que causó el estropicio. Por eso suelen ser «deficitarias». Pues ya me dirá usted dónde está el superávit del sistema de carreteras, que yo no sé verlo en ningún sitio…
La sociedad anónima nos permite conciliar intereses contradictorios. Como siempre son los de alguien, haga una lista de los suyos y mire usted mismo por ellos: ¿usted cree que lo que es bueno para General Motors es bueno para los Estados Unidos?
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